jueves, 29 de mayo de 2008

DESESPERADO Y ATURDIDO, DECIDIÓ DEJAR SU VIDA EN LAS MANOS DE LA MUERTE

- Estoy condenado a morir esta noche-. Dijo Mariano, después de exhalar el que creía era su último aliento.

Taciturno y con un rostro desgastado, después de recorrer por 49 años las calles de una ciudad gris, fría y melancólica, reflejo del desagradecimiento y la dejadez de sus habitantes. Sabía que debía salir para esperar su muerte, y lo hizo. Camino sin rumbo, esquivando las líneas que separaban las baldosas de los andenes. Miró su reloj negro viejo, sucio y rayado, que había sido el regalo de bodas de su mujer ya fallecida. Eran las apenas las 7:16; - ¡Cuánto tiempo más ha de faltarme para que llegue la muerte y pueda dejar de impacientarme por esa sorpresa maldita! -, gritó desesperado como si las calles estuvieran vacías y ni siquiera la brisa de la noche pudiera le hiciera eco a sus palabras. Ya llevaba una hora y algo más de camino, cuando dejó de sentir la brisa fría que rozaba sus mejillas. Escucho una vocecilla que le susurraba al oído.

-Falta poco o falta mucho, eso depende de sus ansías por vivir-. Era una voz dulce de mujer madura pero joven. Se dio vuelta y sorprendió un rostro lleno de vida, con ojos color avellana, piel de almendra, nariz pequeña como un botón, unos labios de un rosa pálido que suavemente sellaban su boca tras terminar la pronunciación de cada palabra y un pelo rojo fogoso que incrementaba su sensualidad en ese cuerpo delgado de estatura media, recubierto por una cobija de cuadros que la abrigaba en las noches heladas cuando el sol pelea con la luna y no la calienta con su manto resplandeciente. Había escuchado el grito de desespero minutos antes.
El solo mirarla le producía ternura, sus rasgos suaves y finos la hacían aún más intrigante de lo que creía era Alicia. Detalló cautelosamente cada uno de sus movimientos y la encontró sentada en una banca del Parque Central que quedaba a pocas cuadras de su casa y se percató de que ella no era solo una mujer la veía como un ángel, pero ya no le quedaba ni la más mínima esperanza de que existiera un ser capaz de salvarlo, - Mucho menos un ángel, creería en un duende pero jamás en un ángel- se dijo a si mismo disimulando su deslumbramiento por la belleza de Alicia.
- Disculpe señor ¿Le pasa algo?-. Pregunto el ángel desubicada por la reacción de Mariano.
- Es solo que me tomó por sorpresa su comentario tan ligero, pero a la vez tan acertado -.
- No lo comprendo, ¿A qué se refiere?-.
- Falta poco o falta mucho … porqué me dijo eso acaso el eco de mi grito fue tan grande como para que usted se halla tomado la molestia de decirlo a mi paso-. Lo dijo con una voz de desagrado y la frente fruncida al escuchar las respuestas de la mujer.
- A eso… estaba sacando conclusiones del texto que tengo en mano, es hermoso pero a la vez desolador. Es una literatura muy nueva, son poemas de un muchacho que también vive acá en el parque y me muestra esas cositas que de vez en cuando le salen del alma.

Se miraron fijamente durante unos segundos, cada uno mantenía en sus ojos la timidez, el desconcierto y la rabia que les producía escucharse el uno al otro.

- Ya la entiendo, no era para mí, de todas formas gracias por pronunciar esas palabras en el momento preciso.
- Quiere que lo escuche un rato tengo tiempo de sobra y en la banca aún hay espacio para otra persona.
- Preferiría que me acompañara a dar una vuelta, si esta usted de acuerdo.
- Como ya le había dicho me sobra el tiempo. Guíeme así la charla no tendrá que ser interrumpida. ¿Y usted cómo se llama?, si voy a caminar a su lado al menos tengo que saber su nombre.
- Mariano, y usted tiene cara de Alicia ¿Puedo llamarla por ese nombre?-.
- Si eso lo hace sentirse cómodo no tengo problema alguno, pero entonces no le diré cual es realmente mi nombre, hasta que termine su historia.

Caminaron hasta la salida del parque sin cruzar palabra alguna. Mariano sentía temor al decirle de primerazo que esa noche había salido para morir. No sabía como iba a ser su reacción al escuchar la noticia y prefirió anticiparse a la reacción portentosa que pudiera tener Alicia. Espero a que terminaran de cruzar la avenida para comenzar a contarle esa historia que tanto quería esconder, pero a la vez necesitaba gritarla, su muerte, la maldita muerte, el único y último remedio para su inevitable desgracia.

- ¿Aún le interesa escuchar mis lamentos mujer?
- Si sus lamentos se parecen a sus ojos, déjeme decirle que el precipicio no es en este sentido y vamos por el camino equivocado.
- Ya no importa a en que sentido sea, tan solo me importa caer de él.
- Un burgués solía ser en mi juventud. Proveniente de una familia de clase media alta sentía que lo único que me faltaba era una mujer. Debía casarme a los 24 años no antes ni después, para heredar la fortuna de mis padres, no tenía hermanos así que el único beneficiario era yo. Desde los 21 años me dí a la tarea de encontrar a la mujer que iba a ser mi esposa, no importaba si la quería o no, lo único que importaba era su belleza y postura social. Rosa Amalia, era el nombre de la mujer a quien adopte por esposa. Hermosa, pulcra, decente con un pelo castaño rizado, ojos color avellana, piel blanca y tersa color de almendra y unos labios de un rosa pálido que hacían de ella una mujer angelical. Nos casamos, pero nunca me pudo dar hijos, maldita cuanto la odie como no era capaz de darme un hijo. La mantuve a mi lado durante 36 años, 10 de ellos tratando cada miércoles en las noches y los fines de semana en la mañana de preñarla, pero nunca dio resultado, era inútil no estaba hecha para ser madre. Así pasó el tiempo pero a medida que pasaba decidí sumergirme en el alcohol, mi único compañero en las noches de amargura, rabia, impotencia, sueño, pereza. Tras 10 años de reclamos por la infertilidad de mi mujer, ya sin darme cuenta un trago, dos o más se habían convertido en mi ducha del día, me pasaba horas buscando y jugando con las putas que se me atravesaban por las calles del centro en donde estaba mi bar predilecto, escogido por su lejura y soledad que lo caracterizaba, perdiendo la noción del tiempo por completo duraba horas, días, semanas enteras sumergido en los bares y burdeles del centro, donde derrochaba mi dinero. Sin darme cuenta de un día para otro perdí mi empleo, pero eso no me hizo desistir de mis aventuras. Aún tenía dinero suficiente para seguir manteniendo a mi mujer y a mi vicio. En un año se vino todo abajo las deudas estaban por las nubes, la casa, los carros, los muebles todo lo embargaron y caímos en la quiebra. Cincuenta y ocho años y ya no tenía donde dormir, que comer, vestir y mucho menos, soñar. Tan solo me quedaba mi esposa, esa mujer fiel y leal que a pesar de todas mis picardías había estado a mi lado de manera incondicional cuidando mis borracheras limpiando las camisas bañadas en sangre por las peleas de la noche anterior o los besos desaforados de las mujeres fáciles que encontraba en las calles del centro. Cuando la vi con las maletas en la puerta llorando desconsolada por primera vez en mi vida, sentí algo más que una atracción física hacia ella (aunque ya años atrás había dejado a un lado, esos deseos sexuales por ella), sentí compasión ternura, dolor unos retorcijones de cosquillas en el estómago que me indicaban que lo que estaba sintiendo era amor.
- Así que logró verla como algo más que un objeto, difícil para un hombre como usted. ¿No es así?
- No me traté con ironías, pero ya que más da, ya no me sienta la vida y mucho menos las palabras de una aparecida.

Se alejo con pasos rápidos, caminando en el sentido opuesto al tráfico que iba de sur a norte. Pero desaceleró y miró por un segundo la reacción de Alicia, esperaba que hubiera tomado la misma actitud, pero se sorprendió al verla parada en el mismo punto donde habían dejado de caminar. Bajo la cabeza y con pasos largos y suaves se acercó a ella para pedirle perdón. Sin que el hubiera pronunciado una sola palabra de arrepentimiento, ella hizo un gesto con la cabeza de olvido al asunto ocurrido en muestra de la poca importancia que le daba.

- Siga, no tiene de que disculparse es natural que en un estado tan lamentable como en el que usted está, tenga esas reacciones. Siga quiero escuchar el desenlace.
- A eso era a lo que quería llegar, pero usted con su imprudencia, no me permitió seguir.

Alicia dirigió su mirada a los pocos autos que transitaban a esa hora por la vía, suspiró y lo miró a los ojos en señal de darle continuidad a la historia.
- El encontrarla ahí sentada sola y destrozada, aunque suene disparatado, me hizo amarla y decidí que debía hacer todo lo humanamente posible por hacerla feliz. Dejé el vicio a un lado para comenzar una vida con ella, pues lo que antes teníamos era compañía, sexo y casa en común, nada más. Caminamos hasta llegar a una habitación que alquilamos para vivir el tiempo que restaba en nuestras vidas, y a medida que los días pasaban y las semanas se alargaban, descubría en Alicia lo que en 36 años, jamás me permitió ver el alcohol. La persona más dulce y hermosa, el ser más perfecto que no parece obra de Dios estaba a mi lado, un ángel. Vivimos momentos maravillosos, aunque teníamos una habitación en la que apenas cabía un colchón y un neceser en donde guardábamos la ropa. Todo era viejo, húmedo, frío y desapacible. Pero no importaba nuestro amor estaba de por medio y aunque cada vez que nos bañábamos el lugar se estremecía por los gritos de placer que dábamos al hacer el amor, no sentíamos pena de ser unos viejos enamorados y vivos en todas las formas en que se pueda vivir el amor. Pero desgraciadamente ninguna dicha es completa. A Alicia le diagnosticaron a deshora un cáncer en el estómago con metástasis en los ovarios y debido a la quiebra que tuvimos, ya no quedaba dinero para ningún tratamiento, por lo que el único al que pudimos recurrir, fue a la medicina del amor, pero ya sin pasiones sexuales, estaba muy débil y enferma como para retomar esas actividades, se hizo mientras ella pudo. Salí una tarde a la farmacia de Jacinto Peña que desde que habíamos llegado al barrio nos había colaborado con una que otra cosa para el mercado y desde que Alicia se enfermó de vez en cuando con una que otra medicina. Cuando estábamos hablando y discutiendo sobre política, sentí que el piso se movía y de inmediato supe que algo andaba mal con mi ángel. Así que camine lo más rápido que pude hasta el hostal, pues ya mis piernas por la edad no daban para un trote. Abrí las puertas viejas de madera oscura carcomidas por el gorgojo, y la vi postrada en la cama con una mano extendida tratando de sostener un vaso con agua que no alcanzó a probar, pues la muerte le llegó primero. No pude ni llorar solo maldecirme una y otra vez por los errores del pasado, pues fue solo por mi culpa, que la muerte la sorprendió en la cama. Hace una semana que ella murió, mi ángel se fue, ya voló y mi soledad es más terrible que nunca, y ya mi vida sin ella, no es igual. Es por eso que esta noche he decidido morir. Esta decidido, no quedan rastros de esperanza en las palabras que adornan los sonidos que emite mi boca. Pero si me lo permite quisiera dirigirle a usted mis últimas palabras-.

- No encuentro problema alguno. Sin embargo si usted me lo permite antes de que comience su discurso, me gustaría decirle unas últimas palabras.
- Desde luego, diga usted.
- Esperaría que a medida que avanza en su discurso pudiera retractarse de su decisión, pues me parece que en esos momentos de vulnerabilidad es cuando realmente el alma en prosa se desborda, y llora tanto que las ganas por vivir no se agotan, todo lo contrario sale esa valentía que con alaridos da a entender que la persistencia es la mejor manera de vivir, y el no fallar en el intento, permite calmar la ansiedad de la muerte. Sacia la angustia y se torna la una tranquilidad inmensa.
- Son hermosas sus palabras, me llena de nostalgia y de dudas, pero ya no hay nada que hacer. Tan solo puedo limitarme a dirigirle unas cortas palabras que no quiero llevarlas a la tumba conmigo. Hace un par de horas la conozco, pero siento que la conozco de siempre, y ha estado en cada escenario de mi vida que no parece serle ajeno. Pero sobre todo eso, cuando me detengo a observarla su rostro despierta en mí una ternura infinita como si quisiera salvarme. Cosa que no es posible de ninguna manera. Usted no se alcanza a imaginar la ansiedad que siento al verme llorar en el espejo del baño y gritar por mi maldita vida, ignorando que las paredes son delgadas y que noche a noche mis vecinos se acercan a las paredes para escuchar la novela de mi vida. Gritando a los cuatro vientos que quiero morir, y deseo perderme en un soplo de velas que me atrapan para sentir mi alma como abandona mi cuerpo y se disuelve en el polvo que cubre ese viejo colchón que es el máximo adorno de mi habitación.
- No puedo pedirle que reconsidere esa decisión noto que es irreversible, solo espere a morir cuando yo ya me halla ido, porque sería terrible para mí ver la muerte del hombre que amo.

Subieron al puente del río y antes de lanzarse, volteó su mirada hacia Alicia y le preguntó:
- ¿Por qué dice usted que soy el hombre que ama?
- Recuerda cuando le dije que hasta que terminara de contarme su historia le diría mi nombre.
- Sí.
- Yo soy Alicia. Tu fiel esposa y ahora tu ángel.
- No digas sandeces, esa psicología no funciona conmigo, mi Alicia, mi ángel, mi esposa esta muerta. Y como la muerte no vino por mí, pues debo ir a buscarla.

Dicho esto se acercó a la baranda del puente y sin pensarlo dos veces se paró en el cuarto barrote donde no sostuvo el equilibrio y cayó como una piedra cuando se pierde en las ondas que otra vez se hacen en el agua.

Alicia desapareció sin dejar rastro, ni su sombra se vió, pues nunca corrió, solo voló.





Catalina Castro Castañeda

Una nueva guerra

En uno de los momentos de desesperación de la humanidad, que para entonces ya le eran demasiado familiares, uno de los grandes gobiernos decidió arriesgarse y transportar la mayoría de una ciudad a Marte. Ya habían logrado crear algunas colonias experimentales y crear una fuente constante de agua en lugar específicos, donde se recogía antes que el suelo marciano la contaminara.
Las constantes guerras en su hemisferio, provocadas por ese gobierno en su mayoría, habían agotado muchos de sus propios recursos y de la mayoría de países cercanos. Las bombas salían de todas partes, no había forma de controlar las explosiones, solo lanzar más hacia países lejanos que ya no escuchan. La torre de babel se derrumbaba y no parecía haber salvación. A menos que pudieras volar.

Así que llenaron inmensos cohetes de montones de gente, los primeros dispuestos a dejarlo todo atras y comenzar en un nuevo mundo rojo y un cielo morado. Un viaje sin retorno. En un par de años llegarían a la superficie marciana y comenzarían un nuevo estado, el más pequeño y lejano de todos, la última salvación en caso de total destrucción.
En un par de días soleados enviaron a varios millones de personas al espacio, las imagenes tomadas por pasajeros, personal de viaje, los cohetes mismos y satelites cercanos, mostraban un inmenso cardúmen de máquinas descomunales moviendose muy sutilmente en el inmenso mar del negro vacío.

Ningún otro gobierno se atrevió a llevar a cabo un movimiento semejante, ningún otro tenía tantos recursos preparados en Marte y a todos les parecía una locura hacerlo de cualquier forma. Además, ninguno se veía caer tan rápido y de la forma como esa super-potencia parecía hacerlo ahora. Básicamente eran todos contra ella, su gobierno había sido el comandante de la Tierra entera por algún tiempo y había terminado por cansar a todos y volverse psicótico. Ya no escuchaba. Solo ganaba enemigos, una y otra y otra vez. Hasta que un día el enemigo era él, se ofendió y todas los fuegos se encendieron. A cada país, a cada ciudad, pueblo, casa, humano le correspondía tomar un bando y protegerlo con su vida. Muchas veces no había que proteger nada, solo dabas tu vida. Las bombas llovían y salían del piso. La guerra era una nube que no se iba.

La gran potencia sucumbió ante la rabia de un mundo consumido por un deseo insaciable por devorarlo todo. Traer el fuego sagrado y purificar a la tierra perdida. O tal vez la maldecirla con radiación. Fuego, Fuego, Fuego!

20 años después, cuando las primeras comunicaciones de Marte son descifradas, los seres en las imagenes no parecen del todo humanos, se ven mas jovenes de lo que deberían y parecen tener una mueca de esfuerzo que no se marchita. Nos cuentan de como tuvieron que luchar por llegar a salvo sin ayuda desde la Tierra, las perdidas que tuvieron en el aterrizaje, el inmenso esfuerzo por acomodarse, la hambruna por la falta de importaciones de la tierra, el intento de ser extremadamente productivos, el cansancio, la frustración, el caos, el peligro, el tiempo de las guerras, el canibalismo, la limpieza, el régimen y sus intentos por lograr una comunicación satisfactoria.
Nosotros les respondimos con la historia de la guerra y del final de su tierra, que debe quedarse inhabitada por mucho más tiempo y del fin de los intentos del resto de países de continuar cualquier tipo de exploración espacial. Podríamos hablarnos por internet, pero cualquier tipo de interacción física (sin llegar siquiera al tema de la exportación) sería extremadamente difícil de lograr.

Y así es como la extraña paz de miedo y angustia en la posguerra, se convirtió en la nueva guerra jurada a futuro con un planeta lejano, ocupado únicamente por los pocos sobrevivientes de un país que fue exterminado luego de muchos años de cruda y tensa diplomacia y guerra clandestina. Nadie puede escapar.


Otro


ARRIBA Y ABAJO

Solo arriba y abajo,
no hay lados ni medio
la figura a merced de la posición
con mirada estrellada en el infinito
y la mente que se desdobla de la figura
pasan frente a los ojos sombras naturales
Fantasmas, de figuras naturales,
30, 60, 90 grados
Pasan y pasan las sombrías figuras
90, 180 grados
la figura desdoblada ahora
totalmente opuesta a la otra
pero ninguna es cierta ni verdadera
ahora una bajo los pies de la otra
no se sabe cual es cual
solo que no existen, esto, la única verdad.
Sube la lluvia del piso ¿ó cae?
Solo arriba y abajo
Solo la una y la otra
Pero, ninguna es verdadera.

360, 180, 90 grados
ya no se observan los pies entrelazados
fríos, y solos en compañía
90, 60, 30, 0 grados
ya son una sola
solo una, pero no verdadera
la mirada doblemente estrellada
en el infinito
ahora la no existencia a merced
de un solo arriba y abajo.

Julián Andrés Buriticá Mejía

Podría constatar ante cualquier tribunal la veracidad de lo descrito a continuación, ya que las imágenes transformadas en palabras se han anclado pesadamente en mi memoria, imbuidas de un blindaje preservador de un realismo y exactitud indemnes. Sin embargo, no puedo, pese a mis infructuosos esfuerzos, establecer el como y porque resulté en el escenario de lo hechos; el impacto visual no me permite recordar detalles anteriores y posteriores de lo aquí narrado:

Hablo de un bizarro ser, salido seguramente de alguna oscura fantasía dantesca. A pesar de estar cubierto por un frondoso pelaje naranja y de poseer ojos saltones, sus extremidades superiores parecían más unas aletas obesas y recortadas, similares a las de una morsa. De su cabeza pendían un par de orejas largas y de textura aterciopelada, con apenas vello. De su hocico prominente sobresalía una nariz húmeda y enorme, justo encima de una lengua con vida propia, ya que colgaba casi inerte, sobresaliendo de su trompa y balanceándose de un lado a otro según los movimientos del animal. Su mirada era lastimera y orgullosa a la misma vez, inquietante, profundamente intrigante, como si fuera posible observar toda su vida en el reflejo de sus ojos. Su rostro apacible y su postura armónica daban a pensar que no era agresivo. No era muy hábil, ya que trepaba a un árbol cualquiera del extenso bosque donde vivía; y permanecía ahí, casi inmóvil, abrazado con sus aletas de morsa al tronco y contemplando reflexivamente la laguna que recorría el extenso terreno donde habitaba en las mas absoluta soledad. ¿Qué pasaba por la cabeza de tan extraña criatura? Seria imposible saberlo con certeza. Mis ojos, impávidos, sólo se limitaban a observar los contornos de su figura y lo particular de sus escasos movimientos. Probablemente cada que un ser humano cruce esos inhóspitos lugares se pregunté lo mismo, mientras el animal, indiferente y con la mirada ida, se sumerja cada vez mas en sus propios pensamientos.



Juan Carlos Vasquez.




Adiós Soledad

Adiós Soledad


Noche de soledad, recuerdos y desventuras
Pareces ser infinita y cruel.

La soledad noche oscura,
Me envuelve en un abrigo de hielo
Y me atrapa en tu cruel frialdad.
Sin dejarme escapar
De esta cárcel oscura.

Acompañada de esta inmensa soledad
Enemiga del cariño, la alegría y el amor.
Aparta de mí hasta el más remoto sueño de alegría,
Dejándome ver mi destino parco y solitario.

Igual al de la luna reflejada en mi rostro
Por compartir la misma pena.

Unidas por lazos de tristeza, esperamos en la oscuridad
El reflejo de un rayo de sol, que traiga el amor.

Y despedir la soledad, para que ya más nunca vuelva,
Acompañar a mi amiga la luna, ya no solo en una silla.
Si no con una nueva alma.
Que acompañe las noches calladas y oscuras.

Pera ya más nunca solitaria ni triste,
Por que tendrá dos compañeros
Fieles que le harán olvidar
El frío de la soledad



Yudi Alejandra Fonseca F.
Taller de Literatura.

Crónica: un domingo en Pereira en la década de los 50

El pasado domingo, la ciudad vivía una de esas tardes soleadas en las que las personas salen a la calle a hacer sus compras o simplemente a pasar el día disfrutando de ser parte de la multitud. Yo, por mi lado, tenía algunas vueltas que hacer, antes de ir al partido que el Pereirita jugaría contra el club los Millonarios. Debía entonces ir a buscar algunos encargos de mi abuela, unas telas para el traje que mi abuelo debía vestir en la inauguración de la nueve sede del club Rialto en la carrera séptima con calle 17. Ante el afán, me di una rápido duchazo y me puse mis ropas deportivas. Salí de mi casa, en la carrera sexta con calle 16 y me integré al río de ambulantes. La ciudad estaba alegremente viva. 

Caminé unas pocas cuadras, doblé la esquina y me encontré parado sobre la carrera octava, entre las calles 18 y 19, conocida como la calle Real, un lugar famoso por sus almacenes de textiles y chucherías. Decidí que mi primer destino sería el almacén Camel, donde pueden encontrarse los mejores vestidos de hombre de la ciudad y los paños ingleses de mejor calidad. En la entrada del almacén, había dos personas cuyas figuras me parecieron familiares. Di unos pasos más y confirmé mi percepción. Doña Inés Rendón de Mejía y su esposo, Don Abelardo Mejía, conocidos personajes de la alta sociedad pereirana, discutían sobre si asistirían o no la Kermesse del día, evento gastronómico cuyo fin es la recolección de fondos para las viudas de escasos recursos, el cual tendría lugar en la plaza de Bolívar. Debo aceptar que su conversación me despertó el apetito, pero debía ante todo enfocarme en mis labores si pretendía llegar a tiempo a la cancha. Traté de pasar desapercibido frente al señor Mejía y su notable mujer, arqueando un poco mi cuerpo, haciendo mi rostro invisible a los grandotes ojos de la dama, y entré en el almacén. Pedí a la señorita que estaba detrás del mostrador que me enseñara los mejores paños. Los precios me dejaron atónito. Probablemente, no me alcanzarían los 50 centavos que me dio mi abuela para llevarle los paños ingles que ella quería y, probablemente, debería ir a buscar algunos más baratos. De repente, noté la presencia del señor Camel Isa, dueño del almacén y viejo amigo de la familia, de quien no me pude esconder. Se abalanzó sobre mí y soltó su interrogatorio, el típico de aquellas personas de edad que no suelen considerar la comodidad de sus jóvenes interlocutores. No me enteré cómo, probablemente por boca de la señorita del mostrador, el señor Isa se había enterado de mis limitaciones monetarias y me pidió que sacara las telas que necesitaba y aseguró que arreglaría después con mi abuelo. Le agradecí su labor y salí velozmente de aquel lugar. 

El hambre me estaba matando. Me acordé de la conversación que había escuchado hacía un rato y decidí que la Kermesse dominical sería la mejor opción para calmar mi apetito. Rumbo a la plaza de Bolívar, se cruzó en mi camino la loca Débora, conocida por las canciones que entonaba a todo pulmón mientras divagaba con sus desteñidas ropas y grises cabellos por las calles de la ciudad. Me dirigió unas palabras que no logré entender y se alejó con su bien conocido “pajarillo, pajarillo, pajarillo barranqueño, que bonitos ojos tienes, lástima que tengan dueño”. Continué mi camino y al fin llegué a la Plaza de Bolívar. Había alrededor de cien personas reunidas saboreando las más diversas viandas. Las populares Luisas de Marillac, populares damas que exhiben cada domingo sus más finas galas y ofrecen sonrientes sus empanadas, chorizos y arepas, se veían agitadas tratando de controlar a los hambrientos citadinos que se apilaban como verdaderos gallinazos buscando un pedazo de comida. Debido a las largas filas, debí esperar un buen rato antes de recoger mi porción, que consistió de un pedazo de cada uno de los grasientos manjares. 

Finalmente, con el estómago satisfecho, tomé rumbo a la carrera octava con calle 20, donde tomé el tranvía que me acercaría al Libaré. Puse mi moneda de 5 centavos en el cuenta personas y me acomodé en uno de los asientos libres. Allí sentado, distinguí a las hermanas Hormaza, Ligia, María y Luisa, acomodadas un par filas delante mío. Ligia y yo sostenemos una relación bastante amistosa desde que comenzó a asistir a los famosos juegos de cartas que tienen lugar en la casa de mi hermano Arturo los primeros jueves de cada mes, juegos de los que, por supuesto, también participo. Con las demás he mantenido una relación apenas cordial. Lo medité unos minutos y finalmente me arrimé a las nietas don Jesús María Hormaza. A juzgar por los cojincitos y los impermeables que llevaban consigo, también se dirigían al estadio. Les planteé conversación con la intención de conocer sus opiniones sobre el partido que nos esperaba. Ligia, la más instruida en el tema del fútbol estaba bastante negativa. Según ella, iba a ser bastante difícil anular el quinteto ofensivo Reyes, Maurín, Di Stefano, Pedernera y  Báez. Yo le recordé que el portero Cosi había tenido algunos partidos malos últimamente y que, de los nuestros, López Fretes había crecido bastante en su fútbol. 

El caso es que llegamos a tiempo, inclusive nos alcanzó para disfrutar un delicioso tinto antes del cotejo, del cual no pienso hablar mucho. Creo que es suficiente mencionar que los azules se dieron un verdadero festín. Regresé sin contratiempos a mi casa, aunque bastante apañado, Tomé la cena encerrado en mi habitación, cosa que irritó un poco a mi madre, y me acosté con los fantasmas en mi cabeza. 

Por: Lucas Sierra Vélez

otrora

La muerte me pregunta
Por la muerte
Y yo le muestro mis ojos

La muerte me pregunta
Por el nombre de la muerte
Y yo le muestro mis labios

Cierra la muerte los ojos
¡Oscuridad en las cosas!


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Cae una semilla del sicómoro
Otra hoja cae con ella,
Dos hojas se devuelven
Un árbol viene con ellas

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Otra voz me habla
Me dice que le soy cierto

No mueve los ojos
Ni los labios

No me escucha…
Sólo mueve el espejo
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La gente huye
El árbol cae

Nada todavía ha pasado
Nada todavía hay por suceder

Aquí nos quedamos
El árbol y yo

En algún olvido

Ricardo Andrés Pabón
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