sábado, 26 de abril de 2008

Caminando en circulos

-I keep going in circles- se dice a si mismo -I keep forgeting the same things, keep forgeting who i am, my place, my name, my self- daba vueltas, en su cabeza y en su sala, presa de si mismo. Paranoia, pura paranoia, preciosa paranoia.
-Keep forgeting, keep forgeting- repetía -what I knew, what I know, what is always there- tal vez refieriendose a "lo que nunca lo abandonará", como si solo olvidara lo que estaba seguro que nunca dejaría de ser real.
Se esfuerza demasiado en un intento vano y francamente torpe de justificar su vida, si no con sus acciones, con un sincero acto de arrepentimiento, si no, con algún tipo de castigo. Hasta cierto punto le gustaba castigarse, no profundamente, solo se creaba ansiedades, explotaba sus culpas, apretaba sus heridas. Encontraba un placer extraño en ello, tal vez lo describiría como de justicia o la sensación de servir al destino.

Intensa desesperación, Felicidad etérea. Una tenue luz desvaneciéndose a lo lejos o el fuego ardiendo en la piel. Se debatía sin razón por los extremos del mundo, temiendo la caída sin retorno hacia el vacío, imaginándola sin parar.
Que importa lo que hizo ese día? manejar un auto por una ruta extremadamente conocida? teclear frente a una pantalla que no muestra nada especial? hablar de lo que ya se sabe con los que se lo han dicho?

-Im a Dragon- se dice a sí mismo, intentando tomar una postura convincente -Im a Lion, Im a King, and the Kingdom itself- sus ojos se pierden en el infinito, soñando de un poder total e incorruptible atrapado dentro de su mano, la magia y lo divino en él, desde siempre y para siempre. Sueña con un espacio infinito y todos los mundos abiertos a una mirada despiadada y absoluta. La suya. Infinitas razas de estrellas, planetas, gas, seres orgánicos, y pequeñisimos seres de energía y vibraciones. Todas a su alcance, viviendo pequeñas vidas inútiles sin mirarlo nunca. Podía hacerlos moverse, comer, nadar, saltar, crecer, e incluso evolucionar, pero no podía hacer que lo vieran. Nunca veían sus movimientos, tenían vidas y vista demasiado cortas, algo tan grande nunca podría entrar en su imagen del mundo más que como un fondo lejano o un inmenso manchón.
No era de extrañarse que muchos de los más pequeños sintieran el universo entero como un enorme error en el camino a la perfección, pero sus palabras y sentimientos se borraban rápidamente. Entre más grandes, eran más capaces de verlo todo o hacerse una idea. Al hacerlo algunos lograban acercarse mucho a la realidad, muchos incluso compartieron sus impresiones con su raza lo suficiente como para recibir confirmaciones relativamente confiables. Pero nadie lo vio a él nunca. Nadie. Nunca.

Se despertó con una extraña sensación, emocionado e intrigado a la vez. Recordaba imágenes del espacio y que se sentía pesado y flotando al mismo tiempo. Rápidamente concluyó que debía haber sido un astronauta y creó nuevas imágenes en su recuerdo para corroborarlo.

-I only forget the important stuff- dice en voz alta -I remember the stupid stuff. Im such an Idiot- Y comienza a insultarse de nuevo. Acaba de recordar que olvidó algo. Algo importante.

Otro

martes, 22 de abril de 2008

Tres fotografías: Dos iglesias y una mar.

Mar que te engaña, tranquilidad mentirosa, fuerza. Cielo despejado, una que otra nube imperceptible, con su rumbo perdido. Una curva exponencial de gaviotas, una recta espumosa dibujada (dejémonos de mentiras ¡fotografiada!) sobre un plano con ejes "x", "y" y "z". Espumita braveza deja jugar a esos dos chiquillos, niña y niño y el niño soy yo. ¿Y la niña? Un recuerdo más de la infancia, un tesoro bañista con su piel morena y un vestido de baño enterizo. Unos años después se atravesó en mi camino una iglesia exagerada y grotesca, difícil de describir, muchos detalles minuciosos, bien barroca que era; los angelitos estaban por dentro, su exterior era demoníaco, guardias y más guardias rojos con unas orejas y unas alas puntiagudas. Mi oración estuvo dirigida a Leviatán: -¡Dame un fragmento paradisíaco de aquel mar! No estaba en el Tayrona pero si en Vinaroz, mediterráneo y frío y algas por doquier, la tranquilidad si se consumó ¿Y la chica? Unos días antes mi paradero fue encontrado sobre un pasado misil, una cúpula rota, algo calva, que quedó para la conciencia de una nación. Unas horas antes un idioma inexistente, una frase memorizada y muy mal pronunciada ¡Ij Lívidich! ¿mona o pelirroja? Duración de la cavilación, cero coma uno centésimas de segundo, besó a la alemana oriental.

Diego Felipe García Chishko

miércoles, 16 de abril de 2008

El lobo y las gallinas

Un grupo de gallinas merodea alrededor de una casa demasiado grande para su único ocupante humano y los dos gatos que lo acompañan. Picotean el suelo con decisión, ignorando o intentando ignorar el pánico propio de los primeros eslabones de la cadena alimenticia. La casa les parece suficiente segura, los gatos no les prestan ningún tipo de atención y el único que las ahuyenta es el hombre.

Pero él no está, camina hacia su casa, a menos de un kilómetro de distancia. Está cansado y solo, escuchando el inparable sonido de la comunidad de perros que se advierte entre sí y al resto del mundo que alguien viene. Algunos de ellos lo reconocen, la mayoría solo cumple con su deber,
Al llegar a la falda de la montaña se permite una pausa, mira hacia arriba y suelta un ligero suspiro en forma de media luna al ver la punta de una chimenea entre los arboles. Ya se siente en casa.

Desde que comienza a subir ve venir a gran velocidad una sombra conocida, que a cuatro patas cabalga hacia a él. El último paso es un salto y de repente la ve de frente, cara a cara, con las patas en su pecho.
-Bájate!- le dice y se la quita de encima con esfuerzo, intentando calmarla. Detrás de ella viene el lobo, que nunca lo saluda emotivamente, solo lo acompaña. Es todo blanco, frío como la nieve. El hombre lo alcanza y lo intenta acariciar suavemente, el lobo no se inmuta.

Con exhalaciones de cansancio y alivio, el hombre se ve frente a su hogar. En la ventana, los gatos observan como dos estatuas increíblemente realistas. Lo esperan.
La perra mordisquea algo que se encontró y el lobo merodea, olfateando y marcando territorio constantemente. El hombre abre la puerta, se despide, da medio paso y se paraliza.
-Estúpidas gallinas- piensa preocupado cuando las ve, es tarde pero los ojos azules del lobo parecen verlo todo, lo mira a él una vez más y vuelve la vista a la presa más cercana, que no había hecho más que apartarse un poco cuando llegaron y había vuelto a confiarse torpemente en la ausencia permanente de peligro.

El momento pasa y todos corren, las gallinas se dispersan por sus vidas, el lobo corre detrás de una sin titubeos o indecisión, el hombre intenta detenerlo y la perra corretea solo por diversión.
El lobo alcanza a la gallina sin dificultad y la agarra por el cuello, el hombre aprovecha lel momento para hacer lo mismo con el lobo e intenta liberar rápidamente a la víctima mientras que le sube la tensión por los ladridos de la perra que les da vueltas sin parar, borracha de adrenalina.

La gallina se desprende de los colmillos sangrientos y cae al suelo pesadamente sin reaccionar.
Salvajes ojos azules debaten atrapados ante la firme mirada del hombre, el animal ya no quiere comer ese cuerpo inerte tendido en el pasto, la alegría de la conquista le ha sido arrebatada.
Intenta zafarse una y otra vez, pero no puede, el hombre no lo suelta, parece himnotizado, lo mira y no lo ve, se siente culpable.

-No puede evitarlo- pensó cuando los poodles que debían cuidar a las gallinas llegaron ladrando para espantarlo, lo vio irse y le pareció humillado y triste.
-Camina de nuevo a su condena, al encierro. Está viejo y cansado. Asesino desde la infancia hasta el final. Asesino la mitad de su vida, encerrado la otra. Lo sabe, lleva una en la sangre y la otra grabada en la memoria-

Rápidamente y sin pensarlo, tomó el cadáver por el cuello y lo llevó a su casa, pensaba devorarlo el mismo.
-Esta muerte es mía- pensaba -mi culpa, mi suerte, mi alimento. Pagaré por ella y la devoraré con los mios. No dejaré nada a ese lobo. Que nada le quede a él de ella, ni el premio ni el castigo, solo el recuerdo. Mis ojos, mi advertencia y la humillación. Nada en realidad- miró el cuerpo que tenía en sus manos, el cuello roto, las plumas alborotadas y bañadas en sangre, los ojos desorbitados, sin mirada.

-Vamos muchachos- le dijo a los gatos que ya lo perseguían con interés mientras caminaba hacia la cocina -hoy hay carne fresca-.


Otro
-¡Mira Joaquín, que pierna más bonitaaa!- fue lo único que le salió a Marcelino de la boca mientras admiraba aquella pierna que veía por primera vez en la orilla izquierda del río, que a propósito era su favorita.

Y sí que era la pierna más bonita de todas esa que tenía Marcelino entre sus manos, porque apenas la vio, se acercó corriendo hasta ella y la observó de verdad verdad: larga como el tronco de una secoya, que llega hasta el cielo y le hace cosquillas en la barriga a las nubes, pero suave, suave como las puntas de los copos de algodón de los que están hechos los vestidos de las gentes ricas.

A Marcelino y a Joaquín no los rozaba ni de golpe el algodón, eran niños pobres, pero imaginaban cómo debía sentirse. Y las secoyas no sabían siquiera que existían, pero de haber pensado en un árbol tan largo como aquella pierna seguro habrían pensado en ese.

Y sabía el niño grande que la pierna era suave porque la estaba abrazando, eso la hacía más bonita aún, era suya. La había encontrado botada en la orilla, y el que se la encuentra se la pide. -¡Que pierna más suaaave!- fue lo segundo que le dijo Marcelino a su hermano, quien se molestaba más en escarbar el musgo incrustado en las uñas de aquella escultura, que en admirar la hermosa pierna tobillo arriba que su hermano mayor le mostraba. –Si tú lo dices- replicó el pequeño, sin dejar de raspar.

En las seis horas que llevaba pegado a la pierna y que su hermano Joaquín utilizó para limpiar las cuatro uñas que le quedaban (para su pesar faltaba la del dedo gordo, que era la más importante porque seguro habría sido la que mayor material orgánico tendría incrustado), le salieron a Marcelino unas pocas palabras que no hicieron más que las dos frases ya dichas, pero su corazón se convulsionó y sus ojos de desorbitaron hasta alcanzar a ver el más mínimo pedazo de célula de aquella carne hecha extremidad. Era amor lo que sentía, amor a primera vista, pero Marcelino no lo sabía.

Del amor sólo sabía lo que le había contado su mamá: era una enfermedad contagiosa, se metía por el corazón y abría huecos por todo el cuerpo, era dañino y mataba. Por eso a Marcelino el amor le daba miedo. Le daba tanto miedo que cuando pensaba en el am…, se pegaba en la cabeza y cambiaba de tema, jamás pronunciaba su nombre. Y como a Joaquín le asustaba lo mismo que a su hermano mayor, el niño tampoco decía am…, nunca.

Por lo que si hubiera al menos sospechado que estaba enamorado, enamorado de esa pierna sin cuerpo, carente de dueño diferente a él, se habría puesto a llorar. Porque sí que conocían las lágrimas estos niños tanto como no habían tocado jamás el algodón. Y se habría puesto a llorar no sólo Marcelino, quien no querría enfermarse y habría tenido que regresar antes de tiempo la pierna a donde la encontró: el río (y seguramente se le habría partido el corazón), sino también Joaquín, que con sólo ver correr el primer hilillo de agua salada por entre la mejilla de su hermano, se habría puesto a llorar también.

-¡Deja de tocarle las uñas!- fue la tercera frase que Marcelino dijo a la sexta hora y un minuto de tener la pierna entre sus brazos. –Es sólo mía- fue la cuarta. –Si tú lo dices- replicó Joaquín alejándose de la pierna, sin sospechar siquiera que el amor a su hermano le duraría siete horas más y que al cumplirse 781 minutos de idilio, Marcelino se aburriría y la devolvería, sin resentimientos ni angustias, al río. Por donde vino.

-¡Cómo son los hombres!- habría gritado pavorosa su mamá si alguna vez se hubiera enterado del primer amor de su hijo y hubiera hecho las cuentas de su duración. Duró menos, pero muchísimo menos de lo que le duró al señor de la casa. –¡De tal palo tal astilla!- habría dicho después, no sin antes darse latigazos en el alma por no haber logrado cambiar la naturaleza de sus hijos, que antes que hijos eran hombres (y todos eran una porquería) y se hubiera sentido como una pierna tirada a la deriva y se habría entristecido aún más.

Y la pierna, por primera vez en los veintiún días que llevaba a la deriva, al fin había servido para algo. Luego de ir calladita en la barca rumbo a la fosa común y de caerse cuando el capitán de la lancha rozó un banco de arena cerca de la orilla (lo que tambaleó el bote repleto de cuerpos y sus partes), la extremidad sólo se había inflado de agua.

–Gringa hijueputa, le dijimos que se largara de aquí- fue lo último que oyó la misionera antes de que el guerrilleo le zampara un balazo en medio del cerebro (y mucho antes de que él mismo la cortara en pedacitos), sin imaginarse nunca que su pierna hecha navegante sería el primer amor de un niño río abajo.

pilar forero

martes, 15 de abril de 2008

Morir las veces del alba y de sus ruinas

Un sueño escapa por los dientes
Otro se arma en la garganta

Las palabras huirán sin nosotros

Nosotros en la indigencia del silencio
y la vigilia

Nosotros en el seno del mundo
sin invierno y sin migraciones

"El hombre es un animal de dos pies
Sin plumas".




Tania Ganitsky

lunes, 14 de abril de 2008

¿Cómo está constituida mi máquina?

De un día para otro, ésta máquina que llaman cuerpo, a mi me cambió. Y no exactamente porque se vea diferente, sino porque ya no funciona como antes, funciona mejor. Tiene más fuerza, es más flexible, reacciona y responde a cada impulso descontrolado que envía su intuición.

Me disculpo con ella porque antes la tenia olvidada, le era indiferente y no me preocupaba por cuidarla, pero encontré una manera de reconciliarme, pues he descubierto tantos tesoros escondidos en ella que inclusive la he puesto a trabajar tanto que ocasionalmente se queja y traquea.

Mi máquina está constituida de lo mismo que todas las demás, es algo insípida, sencilla y compleja, moldeable e imperfecta. Pero cada día he logrado apropiarme más de ella y habitarla mejor. Desde el día que decidí hacerla funcionar, no ha querido parar. Yo no dejo que se oxide, mi máquina es una máquina de movimientos fugaces, de sonidos cósmicos, de morados y de dolores torpes también. Así es, ama la danza, se golpea de vez en cuando por ella, y aunque eso a veces la haga querer desistir, sintiendo ánimos de reiniciar la búsqueda, la máquina para, se da un descanso de unos minutos y recuerda que está viva, que a veces se recalienta, pero eso es todo, debe seguir trabajando y progresar, y únicamente con ayuda de ella misma lo logrará.

Le agradezco a mi máquina por ser como es, por estos brazos y éste torso que brotan de ella, pues sin ellos jamás hubiese podido proyectarme larga y segura en el escenario. Gracias a éste par de piernas que me piden dar brincos y vueltas de aquí para allá, y a éstos pies que me tienen conectada a la tierra aunque cuando baile mi mente se desprenda de ella.

Melissa Álvarez