jueves, 29 de mayo de 2008

DESESPERADO Y ATURDIDO, DECIDIÓ DEJAR SU VIDA EN LAS MANOS DE LA MUERTE

- Estoy condenado a morir esta noche-. Dijo Mariano, después de exhalar el que creía era su último aliento.

Taciturno y con un rostro desgastado, después de recorrer por 49 años las calles de una ciudad gris, fría y melancólica, reflejo del desagradecimiento y la dejadez de sus habitantes. Sabía que debía salir para esperar su muerte, y lo hizo. Camino sin rumbo, esquivando las líneas que separaban las baldosas de los andenes. Miró su reloj negro viejo, sucio y rayado, que había sido el regalo de bodas de su mujer ya fallecida. Eran las apenas las 7:16; - ¡Cuánto tiempo más ha de faltarme para que llegue la muerte y pueda dejar de impacientarme por esa sorpresa maldita! -, gritó desesperado como si las calles estuvieran vacías y ni siquiera la brisa de la noche pudiera le hiciera eco a sus palabras. Ya llevaba una hora y algo más de camino, cuando dejó de sentir la brisa fría que rozaba sus mejillas. Escucho una vocecilla que le susurraba al oído.

-Falta poco o falta mucho, eso depende de sus ansías por vivir-. Era una voz dulce de mujer madura pero joven. Se dio vuelta y sorprendió un rostro lleno de vida, con ojos color avellana, piel de almendra, nariz pequeña como un botón, unos labios de un rosa pálido que suavemente sellaban su boca tras terminar la pronunciación de cada palabra y un pelo rojo fogoso que incrementaba su sensualidad en ese cuerpo delgado de estatura media, recubierto por una cobija de cuadros que la abrigaba en las noches heladas cuando el sol pelea con la luna y no la calienta con su manto resplandeciente. Había escuchado el grito de desespero minutos antes.
El solo mirarla le producía ternura, sus rasgos suaves y finos la hacían aún más intrigante de lo que creía era Alicia. Detalló cautelosamente cada uno de sus movimientos y la encontró sentada en una banca del Parque Central que quedaba a pocas cuadras de su casa y se percató de que ella no era solo una mujer la veía como un ángel, pero ya no le quedaba ni la más mínima esperanza de que existiera un ser capaz de salvarlo, - Mucho menos un ángel, creería en un duende pero jamás en un ángel- se dijo a si mismo disimulando su deslumbramiento por la belleza de Alicia.
- Disculpe señor ¿Le pasa algo?-. Pregunto el ángel desubicada por la reacción de Mariano.
- Es solo que me tomó por sorpresa su comentario tan ligero, pero a la vez tan acertado -.
- No lo comprendo, ¿A qué se refiere?-.
- Falta poco o falta mucho … porqué me dijo eso acaso el eco de mi grito fue tan grande como para que usted se halla tomado la molestia de decirlo a mi paso-. Lo dijo con una voz de desagrado y la frente fruncida al escuchar las respuestas de la mujer.
- A eso… estaba sacando conclusiones del texto que tengo en mano, es hermoso pero a la vez desolador. Es una literatura muy nueva, son poemas de un muchacho que también vive acá en el parque y me muestra esas cositas que de vez en cuando le salen del alma.

Se miraron fijamente durante unos segundos, cada uno mantenía en sus ojos la timidez, el desconcierto y la rabia que les producía escucharse el uno al otro.

- Ya la entiendo, no era para mí, de todas formas gracias por pronunciar esas palabras en el momento preciso.
- Quiere que lo escuche un rato tengo tiempo de sobra y en la banca aún hay espacio para otra persona.
- Preferiría que me acompañara a dar una vuelta, si esta usted de acuerdo.
- Como ya le había dicho me sobra el tiempo. Guíeme así la charla no tendrá que ser interrumpida. ¿Y usted cómo se llama?, si voy a caminar a su lado al menos tengo que saber su nombre.
- Mariano, y usted tiene cara de Alicia ¿Puedo llamarla por ese nombre?-.
- Si eso lo hace sentirse cómodo no tengo problema alguno, pero entonces no le diré cual es realmente mi nombre, hasta que termine su historia.

Caminaron hasta la salida del parque sin cruzar palabra alguna. Mariano sentía temor al decirle de primerazo que esa noche había salido para morir. No sabía como iba a ser su reacción al escuchar la noticia y prefirió anticiparse a la reacción portentosa que pudiera tener Alicia. Espero a que terminaran de cruzar la avenida para comenzar a contarle esa historia que tanto quería esconder, pero a la vez necesitaba gritarla, su muerte, la maldita muerte, el único y último remedio para su inevitable desgracia.

- ¿Aún le interesa escuchar mis lamentos mujer?
- Si sus lamentos se parecen a sus ojos, déjeme decirle que el precipicio no es en este sentido y vamos por el camino equivocado.
- Ya no importa a en que sentido sea, tan solo me importa caer de él.
- Un burgués solía ser en mi juventud. Proveniente de una familia de clase media alta sentía que lo único que me faltaba era una mujer. Debía casarme a los 24 años no antes ni después, para heredar la fortuna de mis padres, no tenía hermanos así que el único beneficiario era yo. Desde los 21 años me dí a la tarea de encontrar a la mujer que iba a ser mi esposa, no importaba si la quería o no, lo único que importaba era su belleza y postura social. Rosa Amalia, era el nombre de la mujer a quien adopte por esposa. Hermosa, pulcra, decente con un pelo castaño rizado, ojos color avellana, piel blanca y tersa color de almendra y unos labios de un rosa pálido que hacían de ella una mujer angelical. Nos casamos, pero nunca me pudo dar hijos, maldita cuanto la odie como no era capaz de darme un hijo. La mantuve a mi lado durante 36 años, 10 de ellos tratando cada miércoles en las noches y los fines de semana en la mañana de preñarla, pero nunca dio resultado, era inútil no estaba hecha para ser madre. Así pasó el tiempo pero a medida que pasaba decidí sumergirme en el alcohol, mi único compañero en las noches de amargura, rabia, impotencia, sueño, pereza. Tras 10 años de reclamos por la infertilidad de mi mujer, ya sin darme cuenta un trago, dos o más se habían convertido en mi ducha del día, me pasaba horas buscando y jugando con las putas que se me atravesaban por las calles del centro en donde estaba mi bar predilecto, escogido por su lejura y soledad que lo caracterizaba, perdiendo la noción del tiempo por completo duraba horas, días, semanas enteras sumergido en los bares y burdeles del centro, donde derrochaba mi dinero. Sin darme cuenta de un día para otro perdí mi empleo, pero eso no me hizo desistir de mis aventuras. Aún tenía dinero suficiente para seguir manteniendo a mi mujer y a mi vicio. En un año se vino todo abajo las deudas estaban por las nubes, la casa, los carros, los muebles todo lo embargaron y caímos en la quiebra. Cincuenta y ocho años y ya no tenía donde dormir, que comer, vestir y mucho menos, soñar. Tan solo me quedaba mi esposa, esa mujer fiel y leal que a pesar de todas mis picardías había estado a mi lado de manera incondicional cuidando mis borracheras limpiando las camisas bañadas en sangre por las peleas de la noche anterior o los besos desaforados de las mujeres fáciles que encontraba en las calles del centro. Cuando la vi con las maletas en la puerta llorando desconsolada por primera vez en mi vida, sentí algo más que una atracción física hacia ella (aunque ya años atrás había dejado a un lado, esos deseos sexuales por ella), sentí compasión ternura, dolor unos retorcijones de cosquillas en el estómago que me indicaban que lo que estaba sintiendo era amor.
- Así que logró verla como algo más que un objeto, difícil para un hombre como usted. ¿No es así?
- No me traté con ironías, pero ya que más da, ya no me sienta la vida y mucho menos las palabras de una aparecida.

Se alejo con pasos rápidos, caminando en el sentido opuesto al tráfico que iba de sur a norte. Pero desaceleró y miró por un segundo la reacción de Alicia, esperaba que hubiera tomado la misma actitud, pero se sorprendió al verla parada en el mismo punto donde habían dejado de caminar. Bajo la cabeza y con pasos largos y suaves se acercó a ella para pedirle perdón. Sin que el hubiera pronunciado una sola palabra de arrepentimiento, ella hizo un gesto con la cabeza de olvido al asunto ocurrido en muestra de la poca importancia que le daba.

- Siga, no tiene de que disculparse es natural que en un estado tan lamentable como en el que usted está, tenga esas reacciones. Siga quiero escuchar el desenlace.
- A eso era a lo que quería llegar, pero usted con su imprudencia, no me permitió seguir.

Alicia dirigió su mirada a los pocos autos que transitaban a esa hora por la vía, suspiró y lo miró a los ojos en señal de darle continuidad a la historia.
- El encontrarla ahí sentada sola y destrozada, aunque suene disparatado, me hizo amarla y decidí que debía hacer todo lo humanamente posible por hacerla feliz. Dejé el vicio a un lado para comenzar una vida con ella, pues lo que antes teníamos era compañía, sexo y casa en común, nada más. Caminamos hasta llegar a una habitación que alquilamos para vivir el tiempo que restaba en nuestras vidas, y a medida que los días pasaban y las semanas se alargaban, descubría en Alicia lo que en 36 años, jamás me permitió ver el alcohol. La persona más dulce y hermosa, el ser más perfecto que no parece obra de Dios estaba a mi lado, un ángel. Vivimos momentos maravillosos, aunque teníamos una habitación en la que apenas cabía un colchón y un neceser en donde guardábamos la ropa. Todo era viejo, húmedo, frío y desapacible. Pero no importaba nuestro amor estaba de por medio y aunque cada vez que nos bañábamos el lugar se estremecía por los gritos de placer que dábamos al hacer el amor, no sentíamos pena de ser unos viejos enamorados y vivos en todas las formas en que se pueda vivir el amor. Pero desgraciadamente ninguna dicha es completa. A Alicia le diagnosticaron a deshora un cáncer en el estómago con metástasis en los ovarios y debido a la quiebra que tuvimos, ya no quedaba dinero para ningún tratamiento, por lo que el único al que pudimos recurrir, fue a la medicina del amor, pero ya sin pasiones sexuales, estaba muy débil y enferma como para retomar esas actividades, se hizo mientras ella pudo. Salí una tarde a la farmacia de Jacinto Peña que desde que habíamos llegado al barrio nos había colaborado con una que otra cosa para el mercado y desde que Alicia se enfermó de vez en cuando con una que otra medicina. Cuando estábamos hablando y discutiendo sobre política, sentí que el piso se movía y de inmediato supe que algo andaba mal con mi ángel. Así que camine lo más rápido que pude hasta el hostal, pues ya mis piernas por la edad no daban para un trote. Abrí las puertas viejas de madera oscura carcomidas por el gorgojo, y la vi postrada en la cama con una mano extendida tratando de sostener un vaso con agua que no alcanzó a probar, pues la muerte le llegó primero. No pude ni llorar solo maldecirme una y otra vez por los errores del pasado, pues fue solo por mi culpa, que la muerte la sorprendió en la cama. Hace una semana que ella murió, mi ángel se fue, ya voló y mi soledad es más terrible que nunca, y ya mi vida sin ella, no es igual. Es por eso que esta noche he decidido morir. Esta decidido, no quedan rastros de esperanza en las palabras que adornan los sonidos que emite mi boca. Pero si me lo permite quisiera dirigirle a usted mis últimas palabras-.

- No encuentro problema alguno. Sin embargo si usted me lo permite antes de que comience su discurso, me gustaría decirle unas últimas palabras.
- Desde luego, diga usted.
- Esperaría que a medida que avanza en su discurso pudiera retractarse de su decisión, pues me parece que en esos momentos de vulnerabilidad es cuando realmente el alma en prosa se desborda, y llora tanto que las ganas por vivir no se agotan, todo lo contrario sale esa valentía que con alaridos da a entender que la persistencia es la mejor manera de vivir, y el no fallar en el intento, permite calmar la ansiedad de la muerte. Sacia la angustia y se torna la una tranquilidad inmensa.
- Son hermosas sus palabras, me llena de nostalgia y de dudas, pero ya no hay nada que hacer. Tan solo puedo limitarme a dirigirle unas cortas palabras que no quiero llevarlas a la tumba conmigo. Hace un par de horas la conozco, pero siento que la conozco de siempre, y ha estado en cada escenario de mi vida que no parece serle ajeno. Pero sobre todo eso, cuando me detengo a observarla su rostro despierta en mí una ternura infinita como si quisiera salvarme. Cosa que no es posible de ninguna manera. Usted no se alcanza a imaginar la ansiedad que siento al verme llorar en el espejo del baño y gritar por mi maldita vida, ignorando que las paredes son delgadas y que noche a noche mis vecinos se acercan a las paredes para escuchar la novela de mi vida. Gritando a los cuatro vientos que quiero morir, y deseo perderme en un soplo de velas que me atrapan para sentir mi alma como abandona mi cuerpo y se disuelve en el polvo que cubre ese viejo colchón que es el máximo adorno de mi habitación.
- No puedo pedirle que reconsidere esa decisión noto que es irreversible, solo espere a morir cuando yo ya me halla ido, porque sería terrible para mí ver la muerte del hombre que amo.

Subieron al puente del río y antes de lanzarse, volteó su mirada hacia Alicia y le preguntó:
- ¿Por qué dice usted que soy el hombre que ama?
- Recuerda cuando le dije que hasta que terminara de contarme su historia le diría mi nombre.
- Sí.
- Yo soy Alicia. Tu fiel esposa y ahora tu ángel.
- No digas sandeces, esa psicología no funciona conmigo, mi Alicia, mi ángel, mi esposa esta muerta. Y como la muerte no vino por mí, pues debo ir a buscarla.

Dicho esto se acercó a la baranda del puente y sin pensarlo dos veces se paró en el cuarto barrote donde no sostuvo el equilibrio y cayó como una piedra cuando se pierde en las ondas que otra vez se hacen en el agua.

Alicia desapareció sin dejar rastro, ni su sombra se vió, pues nunca corrió, solo voló.





Catalina Castro Castañeda

Una nueva guerra

En uno de los momentos de desesperación de la humanidad, que para entonces ya le eran demasiado familiares, uno de los grandes gobiernos decidió arriesgarse y transportar la mayoría de una ciudad a Marte. Ya habían logrado crear algunas colonias experimentales y crear una fuente constante de agua en lugar específicos, donde se recogía antes que el suelo marciano la contaminara.
Las constantes guerras en su hemisferio, provocadas por ese gobierno en su mayoría, habían agotado muchos de sus propios recursos y de la mayoría de países cercanos. Las bombas salían de todas partes, no había forma de controlar las explosiones, solo lanzar más hacia países lejanos que ya no escuchan. La torre de babel se derrumbaba y no parecía haber salvación. A menos que pudieras volar.

Así que llenaron inmensos cohetes de montones de gente, los primeros dispuestos a dejarlo todo atras y comenzar en un nuevo mundo rojo y un cielo morado. Un viaje sin retorno. En un par de años llegarían a la superficie marciana y comenzarían un nuevo estado, el más pequeño y lejano de todos, la última salvación en caso de total destrucción.
En un par de días soleados enviaron a varios millones de personas al espacio, las imagenes tomadas por pasajeros, personal de viaje, los cohetes mismos y satelites cercanos, mostraban un inmenso cardúmen de máquinas descomunales moviendose muy sutilmente en el inmenso mar del negro vacío.

Ningún otro gobierno se atrevió a llevar a cabo un movimiento semejante, ningún otro tenía tantos recursos preparados en Marte y a todos les parecía una locura hacerlo de cualquier forma. Además, ninguno se veía caer tan rápido y de la forma como esa super-potencia parecía hacerlo ahora. Básicamente eran todos contra ella, su gobierno había sido el comandante de la Tierra entera por algún tiempo y había terminado por cansar a todos y volverse psicótico. Ya no escuchaba. Solo ganaba enemigos, una y otra y otra vez. Hasta que un día el enemigo era él, se ofendió y todas los fuegos se encendieron. A cada país, a cada ciudad, pueblo, casa, humano le correspondía tomar un bando y protegerlo con su vida. Muchas veces no había que proteger nada, solo dabas tu vida. Las bombas llovían y salían del piso. La guerra era una nube que no se iba.

La gran potencia sucumbió ante la rabia de un mundo consumido por un deseo insaciable por devorarlo todo. Traer el fuego sagrado y purificar a la tierra perdida. O tal vez la maldecirla con radiación. Fuego, Fuego, Fuego!

20 años después, cuando las primeras comunicaciones de Marte son descifradas, los seres en las imagenes no parecen del todo humanos, se ven mas jovenes de lo que deberían y parecen tener una mueca de esfuerzo que no se marchita. Nos cuentan de como tuvieron que luchar por llegar a salvo sin ayuda desde la Tierra, las perdidas que tuvieron en el aterrizaje, el inmenso esfuerzo por acomodarse, la hambruna por la falta de importaciones de la tierra, el intento de ser extremadamente productivos, el cansancio, la frustración, el caos, el peligro, el tiempo de las guerras, el canibalismo, la limpieza, el régimen y sus intentos por lograr una comunicación satisfactoria.
Nosotros les respondimos con la historia de la guerra y del final de su tierra, que debe quedarse inhabitada por mucho más tiempo y del fin de los intentos del resto de países de continuar cualquier tipo de exploración espacial. Podríamos hablarnos por internet, pero cualquier tipo de interacción física (sin llegar siquiera al tema de la exportación) sería extremadamente difícil de lograr.

Y así es como la extraña paz de miedo y angustia en la posguerra, se convirtió en la nueva guerra jurada a futuro con un planeta lejano, ocupado únicamente por los pocos sobrevivientes de un país que fue exterminado luego de muchos años de cruda y tensa diplomacia y guerra clandestina. Nadie puede escapar.


Otro


ARRIBA Y ABAJO

Solo arriba y abajo,
no hay lados ni medio
la figura a merced de la posición
con mirada estrellada en el infinito
y la mente que se desdobla de la figura
pasan frente a los ojos sombras naturales
Fantasmas, de figuras naturales,
30, 60, 90 grados
Pasan y pasan las sombrías figuras
90, 180 grados
la figura desdoblada ahora
totalmente opuesta a la otra
pero ninguna es cierta ni verdadera
ahora una bajo los pies de la otra
no se sabe cual es cual
solo que no existen, esto, la única verdad.
Sube la lluvia del piso ¿ó cae?
Solo arriba y abajo
Solo la una y la otra
Pero, ninguna es verdadera.

360, 180, 90 grados
ya no se observan los pies entrelazados
fríos, y solos en compañía
90, 60, 30, 0 grados
ya son una sola
solo una, pero no verdadera
la mirada doblemente estrellada
en el infinito
ahora la no existencia a merced
de un solo arriba y abajo.

Julián Andrés Buriticá Mejía

Podría constatar ante cualquier tribunal la veracidad de lo descrito a continuación, ya que las imágenes transformadas en palabras se han anclado pesadamente en mi memoria, imbuidas de un blindaje preservador de un realismo y exactitud indemnes. Sin embargo, no puedo, pese a mis infructuosos esfuerzos, establecer el como y porque resulté en el escenario de lo hechos; el impacto visual no me permite recordar detalles anteriores y posteriores de lo aquí narrado:

Hablo de un bizarro ser, salido seguramente de alguna oscura fantasía dantesca. A pesar de estar cubierto por un frondoso pelaje naranja y de poseer ojos saltones, sus extremidades superiores parecían más unas aletas obesas y recortadas, similares a las de una morsa. De su cabeza pendían un par de orejas largas y de textura aterciopelada, con apenas vello. De su hocico prominente sobresalía una nariz húmeda y enorme, justo encima de una lengua con vida propia, ya que colgaba casi inerte, sobresaliendo de su trompa y balanceándose de un lado a otro según los movimientos del animal. Su mirada era lastimera y orgullosa a la misma vez, inquietante, profundamente intrigante, como si fuera posible observar toda su vida en el reflejo de sus ojos. Su rostro apacible y su postura armónica daban a pensar que no era agresivo. No era muy hábil, ya que trepaba a un árbol cualquiera del extenso bosque donde vivía; y permanecía ahí, casi inmóvil, abrazado con sus aletas de morsa al tronco y contemplando reflexivamente la laguna que recorría el extenso terreno donde habitaba en las mas absoluta soledad. ¿Qué pasaba por la cabeza de tan extraña criatura? Seria imposible saberlo con certeza. Mis ojos, impávidos, sólo se limitaban a observar los contornos de su figura y lo particular de sus escasos movimientos. Probablemente cada que un ser humano cruce esos inhóspitos lugares se pregunté lo mismo, mientras el animal, indiferente y con la mirada ida, se sumerja cada vez mas en sus propios pensamientos.



Juan Carlos Vasquez.




Adiós Soledad

Adiós Soledad


Noche de soledad, recuerdos y desventuras
Pareces ser infinita y cruel.

La soledad noche oscura,
Me envuelve en un abrigo de hielo
Y me atrapa en tu cruel frialdad.
Sin dejarme escapar
De esta cárcel oscura.

Acompañada de esta inmensa soledad
Enemiga del cariño, la alegría y el amor.
Aparta de mí hasta el más remoto sueño de alegría,
Dejándome ver mi destino parco y solitario.

Igual al de la luna reflejada en mi rostro
Por compartir la misma pena.

Unidas por lazos de tristeza, esperamos en la oscuridad
El reflejo de un rayo de sol, que traiga el amor.

Y despedir la soledad, para que ya más nunca vuelva,
Acompañar a mi amiga la luna, ya no solo en una silla.
Si no con una nueva alma.
Que acompañe las noches calladas y oscuras.

Pera ya más nunca solitaria ni triste,
Por que tendrá dos compañeros
Fieles que le harán olvidar
El frío de la soledad



Yudi Alejandra Fonseca F.
Taller de Literatura.

Crónica: un domingo en Pereira en la década de los 50

El pasado domingo, la ciudad vivía una de esas tardes soleadas en las que las personas salen a la calle a hacer sus compras o simplemente a pasar el día disfrutando de ser parte de la multitud. Yo, por mi lado, tenía algunas vueltas que hacer, antes de ir al partido que el Pereirita jugaría contra el club los Millonarios. Debía entonces ir a buscar algunos encargos de mi abuela, unas telas para el traje que mi abuelo debía vestir en la inauguración de la nueve sede del club Rialto en la carrera séptima con calle 17. Ante el afán, me di una rápido duchazo y me puse mis ropas deportivas. Salí de mi casa, en la carrera sexta con calle 16 y me integré al río de ambulantes. La ciudad estaba alegremente viva. 

Caminé unas pocas cuadras, doblé la esquina y me encontré parado sobre la carrera octava, entre las calles 18 y 19, conocida como la calle Real, un lugar famoso por sus almacenes de textiles y chucherías. Decidí que mi primer destino sería el almacén Camel, donde pueden encontrarse los mejores vestidos de hombre de la ciudad y los paños ingleses de mejor calidad. En la entrada del almacén, había dos personas cuyas figuras me parecieron familiares. Di unos pasos más y confirmé mi percepción. Doña Inés Rendón de Mejía y su esposo, Don Abelardo Mejía, conocidos personajes de la alta sociedad pereirana, discutían sobre si asistirían o no la Kermesse del día, evento gastronómico cuyo fin es la recolección de fondos para las viudas de escasos recursos, el cual tendría lugar en la plaza de Bolívar. Debo aceptar que su conversación me despertó el apetito, pero debía ante todo enfocarme en mis labores si pretendía llegar a tiempo a la cancha. Traté de pasar desapercibido frente al señor Mejía y su notable mujer, arqueando un poco mi cuerpo, haciendo mi rostro invisible a los grandotes ojos de la dama, y entré en el almacén. Pedí a la señorita que estaba detrás del mostrador que me enseñara los mejores paños. Los precios me dejaron atónito. Probablemente, no me alcanzarían los 50 centavos que me dio mi abuela para llevarle los paños ingles que ella quería y, probablemente, debería ir a buscar algunos más baratos. De repente, noté la presencia del señor Camel Isa, dueño del almacén y viejo amigo de la familia, de quien no me pude esconder. Se abalanzó sobre mí y soltó su interrogatorio, el típico de aquellas personas de edad que no suelen considerar la comodidad de sus jóvenes interlocutores. No me enteré cómo, probablemente por boca de la señorita del mostrador, el señor Isa se había enterado de mis limitaciones monetarias y me pidió que sacara las telas que necesitaba y aseguró que arreglaría después con mi abuelo. Le agradecí su labor y salí velozmente de aquel lugar. 

El hambre me estaba matando. Me acordé de la conversación que había escuchado hacía un rato y decidí que la Kermesse dominical sería la mejor opción para calmar mi apetito. Rumbo a la plaza de Bolívar, se cruzó en mi camino la loca Débora, conocida por las canciones que entonaba a todo pulmón mientras divagaba con sus desteñidas ropas y grises cabellos por las calles de la ciudad. Me dirigió unas palabras que no logré entender y se alejó con su bien conocido “pajarillo, pajarillo, pajarillo barranqueño, que bonitos ojos tienes, lástima que tengan dueño”. Continué mi camino y al fin llegué a la Plaza de Bolívar. Había alrededor de cien personas reunidas saboreando las más diversas viandas. Las populares Luisas de Marillac, populares damas que exhiben cada domingo sus más finas galas y ofrecen sonrientes sus empanadas, chorizos y arepas, se veían agitadas tratando de controlar a los hambrientos citadinos que se apilaban como verdaderos gallinazos buscando un pedazo de comida. Debido a las largas filas, debí esperar un buen rato antes de recoger mi porción, que consistió de un pedazo de cada uno de los grasientos manjares. 

Finalmente, con el estómago satisfecho, tomé rumbo a la carrera octava con calle 20, donde tomé el tranvía que me acercaría al Libaré. Puse mi moneda de 5 centavos en el cuenta personas y me acomodé en uno de los asientos libres. Allí sentado, distinguí a las hermanas Hormaza, Ligia, María y Luisa, acomodadas un par filas delante mío. Ligia y yo sostenemos una relación bastante amistosa desde que comenzó a asistir a los famosos juegos de cartas que tienen lugar en la casa de mi hermano Arturo los primeros jueves de cada mes, juegos de los que, por supuesto, también participo. Con las demás he mantenido una relación apenas cordial. Lo medité unos minutos y finalmente me arrimé a las nietas don Jesús María Hormaza. A juzgar por los cojincitos y los impermeables que llevaban consigo, también se dirigían al estadio. Les planteé conversación con la intención de conocer sus opiniones sobre el partido que nos esperaba. Ligia, la más instruida en el tema del fútbol estaba bastante negativa. Según ella, iba a ser bastante difícil anular el quinteto ofensivo Reyes, Maurín, Di Stefano, Pedernera y  Báez. Yo le recordé que el portero Cosi había tenido algunos partidos malos últimamente y que, de los nuestros, López Fretes había crecido bastante en su fútbol. 

El caso es que llegamos a tiempo, inclusive nos alcanzó para disfrutar un delicioso tinto antes del cotejo, del cual no pienso hablar mucho. Creo que es suficiente mencionar que los azules se dieron un verdadero festín. Regresé sin contratiempos a mi casa, aunque bastante apañado, Tomé la cena encerrado en mi habitación, cosa que irritó un poco a mi madre, y me acosté con los fantasmas en mi cabeza. 

Por: Lucas Sierra Vélez

otrora

La muerte me pregunta
Por la muerte
Y yo le muestro mis ojos

La muerte me pregunta
Por el nombre de la muerte
Y yo le muestro mis labios

Cierra la muerte los ojos
¡Oscuridad en las cosas!


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Cae una semilla del sicómoro
Otra hoja cae con ella,
Dos hojas se devuelven
Un árbol viene con ellas

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Otra voz me habla
Me dice que le soy cierto

No mueve los ojos
Ni los labios

No me escucha…
Sólo mueve el espejo
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La gente huye
El árbol cae

Nada todavía ha pasado
Nada todavía hay por suceder

Aquí nos quedamos
El árbol y yo

En algún olvido

Ricardo Andrés Pabón
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Nos veremos en el infierno

Sin demasiado alboroto sobrepasó el inmenso picaporte que le decía que había llegado y su jornada había acabado por completo, miro a su alrededor y vio que no había un pozo sin fondo, ni pequeños diablillos con tridentes, ni siquiera escuchaba los gritos de desesperación. No se parecía en nada a como se lo había imaginado. Solo estaban todos sentados en frente suyo, mirando hacia el frente, con sus caras apoyadas fuertemente en sus manos, resbalandose lentamente. El suelo no tenía pinta de ser muy cómodo, todo el tiempo se veían un par de millones de personas que se acomodaban resongando.
Esperó un momento para ver si alguien lo conducía a su puesto, pero como no parecía haber personal del lugar, decidió caminar por entre los que alguna vez fueron humanos. "Tal vez me encuentre con alguien interesante" pensó y empezó a caminar y decir "perdón", "disculpe", "lo pisé? que pena".

Nadie se quejaba demasiado, parecían vacas anesteciadas, solo siguiendolo con los ojos, pronto llegó a la conclusión de que lo macabro del lugar estaba relacionado únicamente con lo aburrido, la ausencia absoluta de acción en una vida eterna. Se veía a si mismo eventualmente conducido a una locura pasiva en que su mente y espiritu reemplazaran en choques sin sentido la emoción inexistente, mirando a los nuevos rostros con la misma pasividad insignificante con que lo estaban mirando ahora. Se sintió incomodo por un momento en la mitad de la multitud, hizo un rápido escaneo de la zona y encontró un lugar para sentarse. Corrió lo más rápido que pudo y con una rápida pirueta quedo sentado y tambaleandose, miro a su alrededor alzando las cejas una y otra vez, pero las caras seguían serias y ligeramente confundidas. Al quedarse quieto, todos se fueron volteando poco a poco, como olvidándolo para siempre. No lo sorprendió.

Después de algún tiempo imposible de medir, puesto que había empezado a perder la cabeza desde el principio, se hizo presente en frente de la multitud un tipo enorme que seguro era visible incluso desde bien atras. Se encontró a si mismo abriendo los ojos de para en par, como para no perderse de nada y ahuyentar la densa niebla que había estado respirando. Todos a su alrededor hacían lo mismo, algunos en unas muecas horribles.
El gigante hizo una pequeña e innecesaria señal de silencio, se aclaró la gruesa voz y comenzó a hablar de poesía.


Otro

Damian Soto

Damián Soto

No había nada para el, el mundo no guardaba grandes cosas, o eso era en lo que creía Damián Soto, un hombre de 46 años de edad que se sentía cansado de vivir en la miseria. Trabajaba como empleado desde hacía 28 años en una fabrica de aceites, aquella actividad lo deterioraba física y mentalmente, ya no era el joven enérgico y emprendedor que solía ser en su adolescencia, no se dejó tentar por los pecados de la juventud y a cambio respondió a todo tipo de trabajos que pudieran darle un bienestar a temprana edad. Nació pobre y al parecer terminaría siendo pobre pues tan solo llegar a su humilde residencia en las frías calles del sur de Bogotá notaba como las pocas cosas que conservaba se deterioraban con el tiempo, al igual que el. Posó su uniforme de trabajo en el viejo sofá de su sala, y comenzó a desnudarse para tomar una ducha, al cruzar su habitación –que mas bien lucía como una diminuta bodega ocupada por una cama plegable y una caja de estacas que actuaba como mesa de noche –, contempló aquel viejo espejo de pies ocupando una de las esquinas de su cuarto y que desde su infancia revelaba los cambios que había tenido mientras se convertía en un hombre.
En el inicio de su adultez, el espejo devolvía la imagen de un joven muy atractivo, de cabello castaño y corte militar, facciones muy marcadas y cuerpo fornido, piel morena y uniforme, ojos café claros, tan claros que ni siquiera la oscuridad lograba corromperlos, como si emanaran una esencia luminosa. Una nariz aguileña y unos labios carnosos que ocultaban una fina dentadura perlada y que solían salir a la luz con aquella sonrisa que lo había caracterizado en sus años mozos. Ahora, el tiempo se había llevado todo aquello que para Damián era sagrado y a cambio, el espejo reflejaba la imagen de un hombre débil, hastiado de la vida, cuyo cuerpo lucía agotado y lleno de manchas nacaradas; poseía muchas cicatrices causadas por múltiples accidentes en la fábrica. Su rostro estaba seco y aquella sonrisa se había perdido pues sus dientes, amarillentos Por su excesiva forma de fumar, generaban repugnancia y sus carnosos labios se habían adelgazado, ahora lucían como un ligero corte hecho con una navaja. Cientos de arrugas habían surgido en sus ya muy secos pómulos, y varias líneas de expresión intolerables recorrían totalmente su rostro. Sus ojos ya no eran los mismos, una capa blancuzca semi-transparente cubría sus globos oculares, sus parpados caían exageradamente, tanto, que Damián generaba una expresión de tristeza sin quererla. Y su cuerpo ya no se veía vigoroso y atractivo, ahora poseía una barriga muy sobresaliente, con una cicatriz justo en la parte del ombligo causada por una riña varios años atrás. Lo que más le atemorizaba eran sus manos, se habían vuelto muy gruesas y grandes, y temblaban constantemente como si una terrible enfermedad se avecinara.

Aquella imagen lo perturbó totalmente, un par de lagrimas se habían liberado demostrando así su rendición ante la vida, nada había cambiado, todo seguía igual desde que llegó al mundo. Desistió de tomarse el baño, y a cambio se tumbó en su cama a pensar en su historial, a recuperar por lo menos esos pequeños detalles que dieron significado a su vida y, dejándose llevar, el sueño se fue acercando como una Moira a punto de robarle su vida. No debía dormir ya que tenía que apresurarse para su trabajo nocturno, pero eso no le importó. Su desnudes atraía al frío y un leve temblor corporal se produjo. La atmósfera del día se había tornado púrpura, el silencio cubrió su habitación, y Damián se quedó dormido deseando con fervor jamás despertar.


Por : David Julián López R.

Yoyo

Las piruetas espontáneas del ser cortan miradas. La mirada es incapaz de captar los movimientos del yoyo en su totalidad. El yoyo está conformado básicamente de tres movimientos: sube, baja y se duerme. El yoyo lo manejo yo, yo manejo el yoyo, el yoyo se maneja solo.

La mirada es hipnotizada por el yoyo dormido. El columpio recuerda mi niñez; me he bloqueado, no recuerdo la conjugación del verbo columpiar, creo que me voy a columpiar (ya enmendé mi falta, me voy a salir por la tangente), el yoyo logró el columpio; yo me monto en un columpio.

Finalmente tiro el trompo; soy un experto en las piruetas del trompo: el pico al rey, el pico al chulo, el pico al torero son mis especialidades. Un momento, el trompo no rodó, ya comprendo, la pita del yoyo se rompió.

Hecho por: Diego Felipe García Chishko

Tributo a los indios indios

Pobre el indio quien aunque siendo indio no reconoce su indiada. Pobre el indio ingenuo quien deambula con pasos de gelatina creyendo caminar por el concreto. Desde momentos de antaño, cuando la genética ya existía pero aún no había sido bautizada, la naturaleza labró, con su mazo implacable, el destino de las razas humanas, ignorando que el cerebro que ella misma había creado trataría de opacarla con su torpe astucia.
Y es que el indio de las Américas es indio aunque sea por accidente. Todo consecuencia del afán de un Colón precoz y presuroso que trató de hablar de lo que no sabía arguyendo ilustración, tal vez tratando de descrestar a los presos, de cabezas de boyante ignorancia, navegantes de sus carabelas y utilizados como conejillos de indias, unas indias quienes no eran las esposas de esos que los europeos nombraron indios por creerlos habitantes de la India.
Pero la culpa no la tiene Colón así su conclusión haya sido precipitada. Si no conocía de otro lugar diferente al de las tierras europeas y a la misteriosa India, pues fue normal que después de navegar por un largo trecho y un no menos extenso periodo de tiempo, creyera llegar al país del Asia. Como cuando un habitante de la ciénaga llama al mar “el río grande”.
No eran indios de la India, eran indios de las Américas, indios al fin y al cabo. Sin embargo, y como si fuera poco, una vez se normalizó su apelativo, la gente de Bogotá volvió a darle una nueva semántica a su indiada. Lo llamado indio se convirtió en algo ancestralmente patético, una carga que la gente, sutil e indirectamente autoproclamada pura, debía llevar a cuestas. Como si todo lo que tuviera que ver con los indios recordara un estado de indiada detestable que se creía superado.
En ese sentido, hay que ser muy indio para tildar de indio a alguien, porque ese alguien es un indio igual de indio al que acusa con su dedo índice firme y sentencioso. Todo por una sencilla razón: si, en general, toda la población de Centro América y Sur América es descendiente de los indios, ¿cuál es la diferencia que lleva a discriminar a la gente entre indios y no indios?
Es miserable el indio que no se reconoce como tal y cree que la idiosincrasia india americana, que a fin de cuentas fue y sigue siendo su propia idiosincrasia, es digna de los más abyectos calificativos. Con ese pensamiento errado se llega a creer que un indio vestido de gala no es indio, como si lo es otro indio de menor rimbombancia que viste de algodón desgastado y de colorido guayabero.
Bastante ya atacaron los españoles a la indiada desde años remotos para que en la contemporaneidad, indios que se creen de más curtido linaje, continúen carcomiendo el nombre de los hoy escasos indios puros, de aquellos de padres igualmente puros.
Es afortunado el indio puro al tener el poder de emitir juicios sobre gente que es india pero no completamente, gracias a que un inmiscuido eslabón de su árbol genealógico pertenece a otra ascendencia. Mientras tanto, los indios negados e inquisidores tratan de blindar, vanamente, su rabo de paja.

Por: Diego Alejandro Alarcón R.

Esta tierrita consonante

Ya no miras, hablas.

No hay cielo, no hay sol.
Pronto desaparecerán las vocales,
pronto te importará que desaparezcan.

A esto se ha reducido el acto:

Consonantes piedras
frías, ajenas, invisibles en el mal sentido
que hasta ahora existe, de lo invisible.

Faltan gestos, música,
remembranzas del arcoiris
que se abalanza de pupila en pupila.

Y no es que falte el aire,
es que ahora lo respiras
sin cielo, sin sol

Apunta de consonantes piedras
frías, ajenas, invisibles en el mal sentido
de lo invisible,
pesadas en el mal sentido
de lo que se hunde cuando se hunde.

Ya no miras, hablas.
Cada palabra es una avanze,
una tecnología de la lengua

Y tienes fe en el progreso de esta hoja insipida,
de esta tinta que es de tinta y no de sangre.

Falta la sangre del cielo, del sol,
falta el ojo, tu ojo, sobre esta
tierrita consontante.




Tania Ganitsky

Pablito Florez: el rey sabanero

-Pablo le traje ajonjolí- le dice su primo hermano Manuel Escobar.

Con carácter autoritario, Pablo pide una cuchara de totumo, lo degusta y luego ordena que se lo aseguren en la alacena de madera, bajo llave.

En el mecedor de al lado está Marcelina Causil, su morena, una mujer que ha estado enamorada del “poeta del Sinú” por más de 70 años. Es casi imposible conocer el tono de su voz, permanece en silencio escuchando las ocurrencias de Pablo, sin derecho a refutar sus historias de amores que tuvieron como contexto las corralejas y su matrimonio; en ocasiones sonríe tímidamente.

“No me llame Señor que me pone muy viejo, ni maestro porque maestro sólo Dios, yo soy Pablito o para ti el primo hemáno

-Pero, a Escalona le gusta que lo llamen maestro-

“Escalona es un astancioso (presumido), ni siquiera buen compositor ha sido nunca, las canciones de Escalona las pescó donde la madrina, (hace una pausa y recalca) la vieja Sara. Murió Sara… se acabó Escalona”. Pero bueno, somos muy buenos amigos.

La casa de Pablo Flórez Camargo está ubicada en Ciénaga de Oro, un pueblo donde se instauró la primera parroquia de Córdoba y con ella la música española de procesión, donde a los ingenios azucareros de la hacienda Berástegui llegaron los cubanos con sus guitarras y boleros.

Pablo convirtió su casa en la finca que nunca tuvo y la llamó “la flojera” o “comiendo fiao”. En las paredes blancas acomodó sus trofeos de juventud, cabezas de toros, fotografías, una lámpara a gas y una estatuilla de la india Catalina. En el fondo ordenó que pintaran una leyenda en letra cursiva roja “la aventurera”, abajo un caballo negro ensillado y a un costado está Tirso, que según Pablo “lo pateó la yegua por yeguero”. Finalmente, el patio está cercado por estacas verdes, desgastadas por el tiempo y la vejez de Pablito. Aquella hacienda imaginaria toma vida con los sonidos de las gallinas y los pájaros que caminan desprevenidamente por el patio.

Los adornos de la sala son los trofeos, reconocimientos y fotos con sus amigos Gabriel García Márquez, Rafael Escalona y Luís Carlos Galán. Pablo Flórez, aquel hombre moreno y de fino humor, es el máximo exponente de la música de bombardino, clarinete y bombo del Sinú.

Pide su guitarra y la acomoda entre la barbilla y el hombro, sus primeras palabras salen como melodía cantándole un bolero a Gema. Su hija, se acerca y le pide que se vista el torso, pero Pablo afirma con humor que si el que murió en la cruz no tenía camisa él tampoco tiene por que ponérsela, “mira dime con convicción, ¡Póngase la camisa!”, la mujer acata y finalmente Pablito se viste de azul. Pide su sombrero vueltiao adornado con un listón rojo y la foto de una mujer en el interior

-¿quién esa?-

-OH Alcides ¿cómo es que se llama?- Su hijo le colabora –Papá, Adriana Mejía

- Ah sí-

Era una amiga que se fue a vivir en tierra alta y a la que él le compuso una pieza, luego vino a visitarlo con el marido “bien embarazada o azadaenbara”, juega Pablo.

Ansiosamente pide que le consigan la cajita amarilla, de donde saca varias uñas para rasgar las cuerdas de su guitarra. Luego, con malicia saca de su cajón un par de cachos de plástico unidos por un caucho y se los acomoda en la frente. Las risas de los presentes no se hacen esperar, “Esto no es grosería porque el toro es un animal sagrado internacionalmente”.

El primo hermano Manuel dice que esos cachos representan la traición de la aventurera, a quien le hizo una de las canciones que lo llevó a la fama. ¡Oiga y por qué no canta la aventurera!, le pregunta Manuel, y él responde con ojeriza que prefiere que la canten los muchachos “pa que les conozcan la voz”. Fueron muchas las canciones que le compuso a Ninfa Isabel, una mujer quebrada de cadera, que medía uno setenta, con nariz fileña, tatuaje en mano derecha y un gato en el cinturón.

Hablemos de porro

Pablo empieza a hablar decididamente, con acento sabanero, pero sin comerse las letras de las palabras: “El porro según mi poco conocimiento (dice modestamente) es un ritmo que hasta ahora estamos desconociendo su verdadero origen, dónde nació, cómo inició. Lo he tocado primero en Ciénaga de Oro que en San Pelayo ya que nosotros tuvimos un gran y legendario señor, José Fortunato “el negro” Sáenz, que hizo la primera banda de músicos donde fue integrante mi papá que llevaba por nombre el mismo nombre mío: Pablo Flórez Barrera”. “Él reunió a un poco de muchachos aquí que tenían vocación para la música”.

“El porro es un ritmo hecho para fandango y para carrera de caballos cosa que no admite se esté cantando porque el que va a torear pierde el animo”. “Sin bombo no hay porro”, Pablito explica que el porro fue pescado de la cumbia, con la que compartía muchos instrumentos. El bombo estaba recubierto de cuero de vientre de vaca, entonces los palos desgastaban el material, finalmente, se inventaron una cachiporra que era más suave al golpear y de ahí nace el género que debería llamarse porra, pero que haciendo alarde del machismo sabanero se bautiza porro.

El vallenato tiene plata en el banco y el sinuano machete y ruana. “Es que al músico sinuano, en los cuales entro yo, lo que nos alegraba era que nos dieran ron y estar enamorados. El vallenato es un tipo que se conserva más en esa forma, si le regalan una vaca no la vende, yo he vendido como cuatro vacas, no trato de duplicar, sino de minuir. El vallenato trata de superarse y tu encuentras un tipo de las mejores bandas como la de Laguneta, La doctrina o San Pelayo, que son unos fumadores de tabaco, unos bebedores de ron y nunca tratan de superarse”. Con franqueza puntualiza “Yo los mejores tiempos me los malgasté porque andaba detrás de las putas, me gustaban mucho esas mujeres porque la verdad… es que saben besar”.

Marcelina permanece inmóvil. En un momento de franqueza o como método de defensa hace cara de “eso es mentira”, su orgullo es saber que la vejez de Pablo lo inhabilitó para enamorar. Por su parte Pablo afirma burlonamente en defensa de su hombría “eso es lo que ella cree”.

El porro queda a un lado para hablar del amor. Toma la guitarra y canta la pieza que le compuso a Marcelina…Me paso la vida pensando muy triste en mi bella morena que nadie en el mundo me podrá quitar, yo miro sus ojos que me parten el alma, de lejos, de cerca, pero me prometen consagrado amor.

Marcelina tenía diez años. Todos los días a la hora del almuerzo su mamá Lola la enviaba a la casa de su tío Juan Cuasil, que era el tegua de Ciénaga de Oro y tenía mucha fama por sus atinadas recetas medicinales y sus curas con hierbas. Marcelina recogía los cocos para el arroz, que era infaltable en los almuerzos costeños de su casa. Pablo esperaba la hora para acomodarse en la puerta de la residencia de la niña, “me gustaba la pelá desde chiquita porque fue muy desgarbaita” él le decía “tu tienes que ser mía” y ella con inocencia hacía caso omiso a las palabras de Pablo “porque no entendía de esas cosas, pero yo la fui enseñando y acostumbrando a que me oyera”. Pablo presumía de su vasta experiencia en el amor cuando a penas tenía trece años, siempre fue muy romántico, enamoradizo y noviero, pero cometía “adefesios imperdonables”.

En aquella época no se enamoraba a través del teléfono, sino con las miradas y las palabras, el amor de Pablo y Marcelina fue natural. Pablo tomaba de los árboles de su casa ciruela y guayabas y las guardaba en una bolsita, ella se las recibía con una sonrisa de niña cuando pasaba de regreso a su casa; una sonrisa que según él prometía amor eterno. Luego Pablo aprendió a tocar la guitarra y cambió las frutas por canciones hechas a la forma bruta como él decía, pero “que querían decir amor”. Asegura que tuvo una novia que pudo querer como a Marce, pero que no perdono como ella sus aventuras.

La mirada de Pablo no es fija, cuando canta se emociona, sonríe y salen desparpajados upatajás y jupais. La memoria le juega malas pasadas y regaña a Alcides “Kiubo” o “Siempre que yo me quede tú estas pendiente y me sigues, es que tú te tardas mucho y si vas a empujar un carro que ya tiene la llanta afuera ya pa que”. Sabiamente puntualiza “el hombre que no varía en la vida, es un hombre al agua, ¿Oíste? y aquel músico que no tiene historia es un músico baladí”.

Oiga prima hermana la próxima que venga me avisa y le compongo su pieza,

-tome veinte mil pesos para que Alcides le compre lo que usted quiera ¿qué es lo que más le gusta?

Pablo responde – las mujeres ¿alcanzará para eso?

Por: Natalia Aldana

Lo que nos llevamos es la delantera

Su cabello blanco, la tez morena, su cara fina y arrugada, los pómulos salidos, la nariz con algunos lunares, seguramente producto de la vejez. Una sonrisa como pocas capturada en el instante preciso. Aquellas gafas antiguas que guardamos como recuerdo se posaron sobre sus sienes todas las mañanas, como amigas inseparables, como ella y yo. Hoy sólo son un cachivache ante la ausencia de utilidad; el cachivache más preciado, lo único físico que nos quedó de ella, lo único que los gusanos no pudieron destruir, como el tiempo día a día deteriora los recuerdos, sin piedad, venciendo las ganas de nunca olvidarla.

Su rostro entrañable ante el abrazo del hijo mayor, su innegable felicidad, la lucidez que a veces escaseaba por el Alzheimer, la única forma de aún reconocerla y saber que se congeló en el tiempo, así fuera en fotos o en el nudo en la garganta que provoca su ausencia. Definitivamente la vida otorga la expresión, se va cuando no tenemos la capacidad de sonreír o de arrugarnos. Cuando la observo parece que nunca la hubiéramos enterrado aquel 16 de febrero, que ese cadáver hinchado no le perteneciera, como una falsa y barata imitación de cera parecida a ella. En esa foto era toda sentimiento, era la vida que se fue.

En aquel sueño enmarcado en una noche aislada del carnaval, me veía tendida sobre la cama y también a mi tía con la que dormía, me asusté tanto al observar mi posible cadáver que cuando quise despertar sentía que me halaban la vida por la cabeza y que la mitad inferior de mi cuerpo estaba dormida y que no revivía y tuve miedo de morir. Sigo siendo cobarde así ella supuestamente esté en el estado más supremo de luz, así me encuentre con los seres queridos cuando los que yo más amo son todavía terrenales, excepto ella.

No me quiero encontrar con mi difunto bisabuelo Hermógenes, la muerte de su hija Leonor fue una pelea de vivos y muertos. Una mañana despertó diciendo que él, que tanto juzgó aquel embarazo adolescente, le había dicho que ya era hora de irse al cielo. Mi mamá sabiamente le dijo “pues, respóndale esta noche que usted no se va por ahora”. Pasaron quince días para que Hermógenes cumpliera su catastrófica profecía.

La concepción católica afirma que todos llegamos a algún estado inmaterial no es prenda de garantía, o acaso el avatar Sai Baba no ha reencarnado dos veces. Seguro tú, Leonor, tomaste el cuerpo de una tigresa de bengala entregada a tu cría como te dedicaste a hijos y nietos, ese siempre fue tu papel por lo menos en la encarnación en la que nuestras existencias coincidieron. Yo era aquel tigrillo al que le calzabas las medias, con el que dormías aferrado a tu costilla. Esta separación es injusta cuando ni siquiera el alzheimer provocó que olvidaras mi nombre y hoy ya no lo escucho porque no tienes permiso divino y menos cuerdas vocales.

Antes de morir, Alejandro Aldana alucinaba diciendo que se iba en el avión 122 ¿en qué avión se llevaron a Leonor? Buscando pasajero por pasajero con el gallinazo en el hombro y un regocijo egoísta que ignora a los que tenemos carne y hueso aún. Es un juego sucio porque traen de auxiliar de “vuelo” o yo diría sin menos cinismo “de duelo” a los seres queridos, creo que sólo por su mamá se hubieras alejado de mí. La vejez es tan inoportuna que con los achaques vienen las ganas de morir y liberarse del cuerpo con arrugas y dolencias. Si existe la reencarnación entonces ojala que algún día Leonor abra los ojos como mi hijo para amarnos muchos años más, o que por lo menos nos encontremos de pasada por el cielo y no sea que cuando a mi me llegue la hora, ella ya este caminando en la China o con forma de perro en Estambul.

Antes de anoche soñé con ella, despertaba en la cama de mi bisabuela Elena con su nariz pequeña congelada, de la punta se desprendía un témpano de hielo, parecía venida de un páramo. Ella me preguntaba dónde había estado estos quince días ignorando que ya llevaba más de un año de haber fallecido. Su cuerpo estaba inmaculado, sin marcas de fetidez. Había despertado de un sueño tan frío que le contaminaba el cuerpo y todos decían asombrados “pero, ¡si es la difunta!” y yo decía con humor negrísimo, pero que suena más a esperanza infantil, “No, se trata de catalepsia” No quería que se fuera, la mayor desgracia de ver morir es acostumbrarse a la ausencia, sé que algún día el avión 122 vendrá por mí con ella a bordo: Lo que nos llevamos es la delantera.


Por: Natalia Aldana

Puntos suspensivos


Luz María Comas, una mujer que no supo poner punto final a sus excesos. Enamorada del lujo, manicurista de profesión, con un diamante en la mano derecha que consiguió a un precio risible por unos atracadores de finas joyerías y bancos. Una piedra que contrastaba con la vasija de barro en la cual se mojaban manos estrato tres llenas de circones y baratijas.

Siete años mayor que su marido Rodolfo Leal, un guajiro que perdió el honor de llevar su apellido por complacer a Luzma, que llegó a robar a su propia familia para mantener las apariencias.

Pequeña, robusta, con el cabello teñido de rojo, vestida a la moda con trajes solferinos y con un gusto impecable orientado a su obsesión por los cristales y las cerámicas chinas. Olorosa a Chanel, su redondo rostro adornado con un lunar vecino a la boca, acomodado con el fin de seducir a comerciantes propietarios de compraventas y vendedores ambulantes, cuando no había dinero para comer, pero sí para el jarrón Tiffany de la vitrina de Puyana, el más prestigioso almacén de loza española.

Sin hijos, “los niños gastan mucha plata”, un perro le salía más barato por lo que compró a Gema, una pincher negra que sólo se alimenta de salmón a las hierbas finas. Padeció fiebre de tifoidea a los tres años por lo que perdió el oído, luego las cataratas la obligaron a realizarse dos transplantes de cornea que sus ojos rechazaron, sus iris negros se transformaron en grises. Sufrió seis infartos cardíacos de los que se repuso, pero los gatos sólo tienen siete vidas. Murió una tarde de abril, cuando unos asaltadores entraron a su lujosa casa ubicada en un barrio estrato 1, le pidieron el anillo y ella respondió que prefería morir antes de quietarse la joya. Falleció a trancazos, pero con el diamante en el angular, ya que le quedaba tan justo que ni siquiera a jabón y a cuchillo se lo pudieron arrancar.

Hoy yace en el cementerio Calan-calan, ubicado en Barraqnuilla, donde raponeros buscan la tumba para robar el diamante que misteriosamente no pueden desprender del esqueleto.

Ensayo

“La muerte es la victoria de la progenie humana”. Hubiera sido injusto que Luz María Comas terminara su vida sin un punto final decisivo, que la señora de Leal no fuera firme a sus convicciones de vida. Por qué morir por el corazón, Dios o el diablo le permitió fallecer por lo que ella más valoraba, su diamante. Morir por la vista sólo si esta le permitía saciarse de lujos y que en realidad se entristecía cuando observaba aquel barrio pobre que enmarcaba su vivienda estrato seis. Luz murió como la heroína de la ambición, por una buena causa, por su razón de existir, por el ornamento de su cuerpo, por su felicidad, por lo único que la acercaba a una dama del Country Club, por su anillo.

Un cuento irreal, pero cercano a la realidad de muchos, que dejan de comer para vestirse. Para resaltar de esta obra de Natalia Aldana: un sabio e inverosímil final.

Noticia para un diario sensacionalista:

“Ni muerta aflojo mi anillo”

El cadáver de Luz María Comas fue encontrado el miércoles pasado con cinco impactos de bala, múltiples heridas de arma blanca, pero con un anillo de diamantes intacto en el angular derecho. Los homicidas robaron porcelanas europeas avaluadas en siete millones de pesos, pero no lograron arrebatarle la joya a la anciana.

Todos los días Luz María Comas cerraba su puerta con siete cerrojos para evitar los atracos de sus vecinos a quienes llamaba envidiosos, aquella tarde se encontraba haciéndole el manicure a su perra, cuando llegaron los amigos de lo ajeno. Su cuerpo fue hallado en el baño de la casa donde con agua, jabón y cuchillo pretendieron quitarle la joya que nunca se desprendió del cadáver.

Por: Natalia Aldana

miércoles, 28 de mayo de 2008

Carlos el fumado y el balón

Un cuento, con pensamientos profundos (la puntuación crea mi ritmo), los pensamientos soslayan algunos aspectos políticos, sociales, económicos, etc.; no se asusten, no es nada panfletario lo que hay dentro de esta estructura, es una simple crítica a la nada; ahora dejen que el gusto por las palabras se apodere de ustedes, la función de los ojos comienza.

Un balón sin dueño en manos de un marihuanero. El balón puede quedar en el olvido y gracias a éste, nace un marihuanero con destino. En el horizonte se divisa un sencillo destino, un colino haciéndole tributo al dinero, un drogadicto creando un nuevo balón. El tributo es la parte complicada, ya que el marihuanero es todo un inútil y el concepto de trabajo, nuestro atormentado personaje, lo tiene algo confuso, por que siempre lo relaciona con su mamá, en el sentido de trabajar su propia elocuencia, para convencerla de que le regale dinero. Pero esta madre con un poder abrumador el cual es “el bolsillo”, no caerá dentro de las palabras tramposas de su hijo.

El teléfono de un momento a otro, emite un sonido (ring), un sonido que se convierte en un ruido, ya que se vuelve un sonido repetitivo. Un marihuanero que pierde el hilo de su video, gracias a un ruido. El colino se toma la delicadeza de contestar el teléfono, diciendo una sola palabra: -Buenas-. Detrás del teléfono se escucharon algunas palabras: -¿Se encuentra el señor Carlos Peña?-. El adicto a la bareta contestó, con una voz bastante adormecida: -Si, creo que si, ese soy yo, es que soy algo olvidadizo-. Los vocablos del otro lado del teléfono se volvieron a escuchar: -Carlos, le informo que le debe un balón a la Universidad Libertad-. Carlos sin vacilar contestó: -A si, que pena, el balón lo tengo aquí. Como le dije anteriormente, soy algo olvidadizo. Pero le prometo, el balón mañana vuelve a su destino correcto-. Las palabras se volvieron a escuchar, palabras bastante enfáticas: -Eso espero, ojalá no se le OLVIDE traer el balón, por mas tardar, mañana debe estar aquí. Hasta luego.

Carlos se asustó, el susto fue tan impactante que la traba desapareció, pensó que había perdido el balón, buscó por todos los rincones de su casa, hasta llegar a su maleta, el balón estaba allí. El alivio fue muy reconfortante, los videos volvieron a su cabeza, la traba apareció de nuevo aunque no tan pronunciada, se fumó otro cachito para olvidar por completo el video del balón.

La madre de Carlos al momento llegó, algo borracha, se podría decir que muy borracha, ya que sin titubear sacó de su bolsillo un buen pucho de billetes, que le obsequió a su pequeño hijo. Carlos sin vacilar pensó comprar su propio balón.

Hecho por: Diego Felipe García Chishko

jueves, 15 de mayo de 2008

RESEÑA DEL CUENTO LA NOCHE BOCA ARRIBA DE JULIO CORTÁZAR

Julio Cortázar escritor argentino que renovó el género narrativo tanto en su estructura como en el uso del lenguaje, principalmente en la concepción de cuentos breves, expresa sus atmosferas fantásticas e impresionantes logrando que el lector permanezca atrapado, a pesar de la disolución de la realidad y consigue que se interiorice la historia como algo verosímil. Uno de los cuentos de Cortázar, La noche boca arriba sitúa al lector en dios realidades en tiempos, unidas por un mismo personaje que aclara su situación a través del sueño.

Un hombre sin nombre se accidenta en una motocicleta en las calles de la ciudad y debe ser llevado de urgencias al hospital. Mientras esta en el proceso de recuperación enpieza a soñarse como un indígena Moteca que es perseguido para ser sacrificado por los aztecas. El hombre pasa de un lugar a otro sin entender a cual realidad pertenece, sometiéndolo por momentos a situaciones de miedo y angustia y por otro lado a momentos de tranquilidad y placidez.

El paralelo entre el miedo y la tranquilidad son evidentes desde la misma esctructura del texto. Cortázar nos separa estas dos nociones aun cuando son expresadas por el mismo personaje. El Moteca en su afán de evitar el embate de la muerte se moviliza a un mundo futurista en donde a pesar de estar herido está tranquilo, además tiene la posibilidad de disfrutar aquello que ese pequeño mundo de hospital le ofrece. El trabajo de Cortázar para conocordar los conceptos de miedo y tranquilidad es eficiente en el sentido en que logra que el lector los sienta a medida que va avanzando en su lectura. No importa si el lector entiende o no el texto, importa aquello que genera la lectura a medida que progresa el relato. Eso es lo importate en este cuento.


La noche boca arriba compagina dos elementos diferentes y los expresa de manera clara aun cuando el lector pueda sentirse confundido por la misma estructura del cuanto. A pesar de ser un cuento corto desarrolla hábilmente las situaciones a la que es encajado el personaje, manteniendo la atención en los dos relatos y en las dos nociones que se presentan en un ámbito inverosímil para el lector.

Cortázar en su forma característica de escribir presenta un texto lleno de elementos cotidianos en dos contextos históricos diferentes, además de manejar la herramienta del sueño de una forma sutil, que confunde pero que atrapa al lector en un cuento corto que narra dos historias llenas de sensacionesparalelas que logran captar la atención y sobre todo logran despertar en el lector la imaginación de un mundo diferente donde los sueños son capaces de viajar a diversos lugares, incluso al futuro.

JORGE PUENTES MELO

sábado, 26 de abril de 2008

Caminando en circulos

-I keep going in circles- se dice a si mismo -I keep forgeting the same things, keep forgeting who i am, my place, my name, my self- daba vueltas, en su cabeza y en su sala, presa de si mismo. Paranoia, pura paranoia, preciosa paranoia.
-Keep forgeting, keep forgeting- repetía -what I knew, what I know, what is always there- tal vez refieriendose a "lo que nunca lo abandonará", como si solo olvidara lo que estaba seguro que nunca dejaría de ser real.
Se esfuerza demasiado en un intento vano y francamente torpe de justificar su vida, si no con sus acciones, con un sincero acto de arrepentimiento, si no, con algún tipo de castigo. Hasta cierto punto le gustaba castigarse, no profundamente, solo se creaba ansiedades, explotaba sus culpas, apretaba sus heridas. Encontraba un placer extraño en ello, tal vez lo describiría como de justicia o la sensación de servir al destino.

Intensa desesperación, Felicidad etérea. Una tenue luz desvaneciéndose a lo lejos o el fuego ardiendo en la piel. Se debatía sin razón por los extremos del mundo, temiendo la caída sin retorno hacia el vacío, imaginándola sin parar.
Que importa lo que hizo ese día? manejar un auto por una ruta extremadamente conocida? teclear frente a una pantalla que no muestra nada especial? hablar de lo que ya se sabe con los que se lo han dicho?

-Im a Dragon- se dice a sí mismo, intentando tomar una postura convincente -Im a Lion, Im a King, and the Kingdom itself- sus ojos se pierden en el infinito, soñando de un poder total e incorruptible atrapado dentro de su mano, la magia y lo divino en él, desde siempre y para siempre. Sueña con un espacio infinito y todos los mundos abiertos a una mirada despiadada y absoluta. La suya. Infinitas razas de estrellas, planetas, gas, seres orgánicos, y pequeñisimos seres de energía y vibraciones. Todas a su alcance, viviendo pequeñas vidas inútiles sin mirarlo nunca. Podía hacerlos moverse, comer, nadar, saltar, crecer, e incluso evolucionar, pero no podía hacer que lo vieran. Nunca veían sus movimientos, tenían vidas y vista demasiado cortas, algo tan grande nunca podría entrar en su imagen del mundo más que como un fondo lejano o un inmenso manchón.
No era de extrañarse que muchos de los más pequeños sintieran el universo entero como un enorme error en el camino a la perfección, pero sus palabras y sentimientos se borraban rápidamente. Entre más grandes, eran más capaces de verlo todo o hacerse una idea. Al hacerlo algunos lograban acercarse mucho a la realidad, muchos incluso compartieron sus impresiones con su raza lo suficiente como para recibir confirmaciones relativamente confiables. Pero nadie lo vio a él nunca. Nadie. Nunca.

Se despertó con una extraña sensación, emocionado e intrigado a la vez. Recordaba imágenes del espacio y que se sentía pesado y flotando al mismo tiempo. Rápidamente concluyó que debía haber sido un astronauta y creó nuevas imágenes en su recuerdo para corroborarlo.

-I only forget the important stuff- dice en voz alta -I remember the stupid stuff. Im such an Idiot- Y comienza a insultarse de nuevo. Acaba de recordar que olvidó algo. Algo importante.

Otro

martes, 22 de abril de 2008

Tres fotografías: Dos iglesias y una mar.

Mar que te engaña, tranquilidad mentirosa, fuerza. Cielo despejado, una que otra nube imperceptible, con su rumbo perdido. Una curva exponencial de gaviotas, una recta espumosa dibujada (dejémonos de mentiras ¡fotografiada!) sobre un plano con ejes "x", "y" y "z". Espumita braveza deja jugar a esos dos chiquillos, niña y niño y el niño soy yo. ¿Y la niña? Un recuerdo más de la infancia, un tesoro bañista con su piel morena y un vestido de baño enterizo. Unos años después se atravesó en mi camino una iglesia exagerada y grotesca, difícil de describir, muchos detalles minuciosos, bien barroca que era; los angelitos estaban por dentro, su exterior era demoníaco, guardias y más guardias rojos con unas orejas y unas alas puntiagudas. Mi oración estuvo dirigida a Leviatán: -¡Dame un fragmento paradisíaco de aquel mar! No estaba en el Tayrona pero si en Vinaroz, mediterráneo y frío y algas por doquier, la tranquilidad si se consumó ¿Y la chica? Unos días antes mi paradero fue encontrado sobre un pasado misil, una cúpula rota, algo calva, que quedó para la conciencia de una nación. Unas horas antes un idioma inexistente, una frase memorizada y muy mal pronunciada ¡Ij Lívidich! ¿mona o pelirroja? Duración de la cavilación, cero coma uno centésimas de segundo, besó a la alemana oriental.

Diego Felipe García Chishko

miércoles, 16 de abril de 2008

El lobo y las gallinas

Un grupo de gallinas merodea alrededor de una casa demasiado grande para su único ocupante humano y los dos gatos que lo acompañan. Picotean el suelo con decisión, ignorando o intentando ignorar el pánico propio de los primeros eslabones de la cadena alimenticia. La casa les parece suficiente segura, los gatos no les prestan ningún tipo de atención y el único que las ahuyenta es el hombre.

Pero él no está, camina hacia su casa, a menos de un kilómetro de distancia. Está cansado y solo, escuchando el inparable sonido de la comunidad de perros que se advierte entre sí y al resto del mundo que alguien viene. Algunos de ellos lo reconocen, la mayoría solo cumple con su deber,
Al llegar a la falda de la montaña se permite una pausa, mira hacia arriba y suelta un ligero suspiro en forma de media luna al ver la punta de una chimenea entre los arboles. Ya se siente en casa.

Desde que comienza a subir ve venir a gran velocidad una sombra conocida, que a cuatro patas cabalga hacia a él. El último paso es un salto y de repente la ve de frente, cara a cara, con las patas en su pecho.
-Bájate!- le dice y se la quita de encima con esfuerzo, intentando calmarla. Detrás de ella viene el lobo, que nunca lo saluda emotivamente, solo lo acompaña. Es todo blanco, frío como la nieve. El hombre lo alcanza y lo intenta acariciar suavemente, el lobo no se inmuta.

Con exhalaciones de cansancio y alivio, el hombre se ve frente a su hogar. En la ventana, los gatos observan como dos estatuas increíblemente realistas. Lo esperan.
La perra mordisquea algo que se encontró y el lobo merodea, olfateando y marcando territorio constantemente. El hombre abre la puerta, se despide, da medio paso y se paraliza.
-Estúpidas gallinas- piensa preocupado cuando las ve, es tarde pero los ojos azules del lobo parecen verlo todo, lo mira a él una vez más y vuelve la vista a la presa más cercana, que no había hecho más que apartarse un poco cuando llegaron y había vuelto a confiarse torpemente en la ausencia permanente de peligro.

El momento pasa y todos corren, las gallinas se dispersan por sus vidas, el lobo corre detrás de una sin titubeos o indecisión, el hombre intenta detenerlo y la perra corretea solo por diversión.
El lobo alcanza a la gallina sin dificultad y la agarra por el cuello, el hombre aprovecha lel momento para hacer lo mismo con el lobo e intenta liberar rápidamente a la víctima mientras que le sube la tensión por los ladridos de la perra que les da vueltas sin parar, borracha de adrenalina.

La gallina se desprende de los colmillos sangrientos y cae al suelo pesadamente sin reaccionar.
Salvajes ojos azules debaten atrapados ante la firme mirada del hombre, el animal ya no quiere comer ese cuerpo inerte tendido en el pasto, la alegría de la conquista le ha sido arrebatada.
Intenta zafarse una y otra vez, pero no puede, el hombre no lo suelta, parece himnotizado, lo mira y no lo ve, se siente culpable.

-No puede evitarlo- pensó cuando los poodles que debían cuidar a las gallinas llegaron ladrando para espantarlo, lo vio irse y le pareció humillado y triste.
-Camina de nuevo a su condena, al encierro. Está viejo y cansado. Asesino desde la infancia hasta el final. Asesino la mitad de su vida, encerrado la otra. Lo sabe, lleva una en la sangre y la otra grabada en la memoria-

Rápidamente y sin pensarlo, tomó el cadáver por el cuello y lo llevó a su casa, pensaba devorarlo el mismo.
-Esta muerte es mía- pensaba -mi culpa, mi suerte, mi alimento. Pagaré por ella y la devoraré con los mios. No dejaré nada a ese lobo. Que nada le quede a él de ella, ni el premio ni el castigo, solo el recuerdo. Mis ojos, mi advertencia y la humillación. Nada en realidad- miró el cuerpo que tenía en sus manos, el cuello roto, las plumas alborotadas y bañadas en sangre, los ojos desorbitados, sin mirada.

-Vamos muchachos- le dijo a los gatos que ya lo perseguían con interés mientras caminaba hacia la cocina -hoy hay carne fresca-.


Otro
-¡Mira Joaquín, que pierna más bonitaaa!- fue lo único que le salió a Marcelino de la boca mientras admiraba aquella pierna que veía por primera vez en la orilla izquierda del río, que a propósito era su favorita.

Y sí que era la pierna más bonita de todas esa que tenía Marcelino entre sus manos, porque apenas la vio, se acercó corriendo hasta ella y la observó de verdad verdad: larga como el tronco de una secoya, que llega hasta el cielo y le hace cosquillas en la barriga a las nubes, pero suave, suave como las puntas de los copos de algodón de los que están hechos los vestidos de las gentes ricas.

A Marcelino y a Joaquín no los rozaba ni de golpe el algodón, eran niños pobres, pero imaginaban cómo debía sentirse. Y las secoyas no sabían siquiera que existían, pero de haber pensado en un árbol tan largo como aquella pierna seguro habrían pensado en ese.

Y sabía el niño grande que la pierna era suave porque la estaba abrazando, eso la hacía más bonita aún, era suya. La había encontrado botada en la orilla, y el que se la encuentra se la pide. -¡Que pierna más suaaave!- fue lo segundo que le dijo Marcelino a su hermano, quien se molestaba más en escarbar el musgo incrustado en las uñas de aquella escultura, que en admirar la hermosa pierna tobillo arriba que su hermano mayor le mostraba. –Si tú lo dices- replicó el pequeño, sin dejar de raspar.

En las seis horas que llevaba pegado a la pierna y que su hermano Joaquín utilizó para limpiar las cuatro uñas que le quedaban (para su pesar faltaba la del dedo gordo, que era la más importante porque seguro habría sido la que mayor material orgánico tendría incrustado), le salieron a Marcelino unas pocas palabras que no hicieron más que las dos frases ya dichas, pero su corazón se convulsionó y sus ojos de desorbitaron hasta alcanzar a ver el más mínimo pedazo de célula de aquella carne hecha extremidad. Era amor lo que sentía, amor a primera vista, pero Marcelino no lo sabía.

Del amor sólo sabía lo que le había contado su mamá: era una enfermedad contagiosa, se metía por el corazón y abría huecos por todo el cuerpo, era dañino y mataba. Por eso a Marcelino el amor le daba miedo. Le daba tanto miedo que cuando pensaba en el am…, se pegaba en la cabeza y cambiaba de tema, jamás pronunciaba su nombre. Y como a Joaquín le asustaba lo mismo que a su hermano mayor, el niño tampoco decía am…, nunca.

Por lo que si hubiera al menos sospechado que estaba enamorado, enamorado de esa pierna sin cuerpo, carente de dueño diferente a él, se habría puesto a llorar. Porque sí que conocían las lágrimas estos niños tanto como no habían tocado jamás el algodón. Y se habría puesto a llorar no sólo Marcelino, quien no querría enfermarse y habría tenido que regresar antes de tiempo la pierna a donde la encontró: el río (y seguramente se le habría partido el corazón), sino también Joaquín, que con sólo ver correr el primer hilillo de agua salada por entre la mejilla de su hermano, se habría puesto a llorar también.

-¡Deja de tocarle las uñas!- fue la tercera frase que Marcelino dijo a la sexta hora y un minuto de tener la pierna entre sus brazos. –Es sólo mía- fue la cuarta. –Si tú lo dices- replicó Joaquín alejándose de la pierna, sin sospechar siquiera que el amor a su hermano le duraría siete horas más y que al cumplirse 781 minutos de idilio, Marcelino se aburriría y la devolvería, sin resentimientos ni angustias, al río. Por donde vino.

-¡Cómo son los hombres!- habría gritado pavorosa su mamá si alguna vez se hubiera enterado del primer amor de su hijo y hubiera hecho las cuentas de su duración. Duró menos, pero muchísimo menos de lo que le duró al señor de la casa. –¡De tal palo tal astilla!- habría dicho después, no sin antes darse latigazos en el alma por no haber logrado cambiar la naturaleza de sus hijos, que antes que hijos eran hombres (y todos eran una porquería) y se hubiera sentido como una pierna tirada a la deriva y se habría entristecido aún más.

Y la pierna, por primera vez en los veintiún días que llevaba a la deriva, al fin había servido para algo. Luego de ir calladita en la barca rumbo a la fosa común y de caerse cuando el capitán de la lancha rozó un banco de arena cerca de la orilla (lo que tambaleó el bote repleto de cuerpos y sus partes), la extremidad sólo se había inflado de agua.

–Gringa hijueputa, le dijimos que se largara de aquí- fue lo último que oyó la misionera antes de que el guerrilleo le zampara un balazo en medio del cerebro (y mucho antes de que él mismo la cortara en pedacitos), sin imaginarse nunca que su pierna hecha navegante sería el primer amor de un niño río abajo.

pilar forero

martes, 15 de abril de 2008

Morir las veces del alba y de sus ruinas

Un sueño escapa por los dientes
Otro se arma en la garganta

Las palabras huirán sin nosotros

Nosotros en la indigencia del silencio
y la vigilia

Nosotros en el seno del mundo
sin invierno y sin migraciones

"El hombre es un animal de dos pies
Sin plumas".




Tania Ganitsky

lunes, 14 de abril de 2008

¿Cómo está constituida mi máquina?

De un día para otro, ésta máquina que llaman cuerpo, a mi me cambió. Y no exactamente porque se vea diferente, sino porque ya no funciona como antes, funciona mejor. Tiene más fuerza, es más flexible, reacciona y responde a cada impulso descontrolado que envía su intuición.

Me disculpo con ella porque antes la tenia olvidada, le era indiferente y no me preocupaba por cuidarla, pero encontré una manera de reconciliarme, pues he descubierto tantos tesoros escondidos en ella que inclusive la he puesto a trabajar tanto que ocasionalmente se queja y traquea.

Mi máquina está constituida de lo mismo que todas las demás, es algo insípida, sencilla y compleja, moldeable e imperfecta. Pero cada día he logrado apropiarme más de ella y habitarla mejor. Desde el día que decidí hacerla funcionar, no ha querido parar. Yo no dejo que se oxide, mi máquina es una máquina de movimientos fugaces, de sonidos cósmicos, de morados y de dolores torpes también. Así es, ama la danza, se golpea de vez en cuando por ella, y aunque eso a veces la haga querer desistir, sintiendo ánimos de reiniciar la búsqueda, la máquina para, se da un descanso de unos minutos y recuerda que está viva, que a veces se recalienta, pero eso es todo, debe seguir trabajando y progresar, y únicamente con ayuda de ella misma lo logrará.

Le agradezco a mi máquina por ser como es, por estos brazos y éste torso que brotan de ella, pues sin ellos jamás hubiese podido proyectarme larga y segura en el escenario. Gracias a éste par de piernas que me piden dar brincos y vueltas de aquí para allá, y a éstos pies que me tienen conectada a la tierra aunque cuando baile mi mente se desprenda de ella.

Melissa Álvarez