jueves, 29 de mayo de 2008

Damian Soto

Damián Soto

No había nada para el, el mundo no guardaba grandes cosas, o eso era en lo que creía Damián Soto, un hombre de 46 años de edad que se sentía cansado de vivir en la miseria. Trabajaba como empleado desde hacía 28 años en una fabrica de aceites, aquella actividad lo deterioraba física y mentalmente, ya no era el joven enérgico y emprendedor que solía ser en su adolescencia, no se dejó tentar por los pecados de la juventud y a cambio respondió a todo tipo de trabajos que pudieran darle un bienestar a temprana edad. Nació pobre y al parecer terminaría siendo pobre pues tan solo llegar a su humilde residencia en las frías calles del sur de Bogotá notaba como las pocas cosas que conservaba se deterioraban con el tiempo, al igual que el. Posó su uniforme de trabajo en el viejo sofá de su sala, y comenzó a desnudarse para tomar una ducha, al cruzar su habitación –que mas bien lucía como una diminuta bodega ocupada por una cama plegable y una caja de estacas que actuaba como mesa de noche –, contempló aquel viejo espejo de pies ocupando una de las esquinas de su cuarto y que desde su infancia revelaba los cambios que había tenido mientras se convertía en un hombre.
En el inicio de su adultez, el espejo devolvía la imagen de un joven muy atractivo, de cabello castaño y corte militar, facciones muy marcadas y cuerpo fornido, piel morena y uniforme, ojos café claros, tan claros que ni siquiera la oscuridad lograba corromperlos, como si emanaran una esencia luminosa. Una nariz aguileña y unos labios carnosos que ocultaban una fina dentadura perlada y que solían salir a la luz con aquella sonrisa que lo había caracterizado en sus años mozos. Ahora, el tiempo se había llevado todo aquello que para Damián era sagrado y a cambio, el espejo reflejaba la imagen de un hombre débil, hastiado de la vida, cuyo cuerpo lucía agotado y lleno de manchas nacaradas; poseía muchas cicatrices causadas por múltiples accidentes en la fábrica. Su rostro estaba seco y aquella sonrisa se había perdido pues sus dientes, amarillentos Por su excesiva forma de fumar, generaban repugnancia y sus carnosos labios se habían adelgazado, ahora lucían como un ligero corte hecho con una navaja. Cientos de arrugas habían surgido en sus ya muy secos pómulos, y varias líneas de expresión intolerables recorrían totalmente su rostro. Sus ojos ya no eran los mismos, una capa blancuzca semi-transparente cubría sus globos oculares, sus parpados caían exageradamente, tanto, que Damián generaba una expresión de tristeza sin quererla. Y su cuerpo ya no se veía vigoroso y atractivo, ahora poseía una barriga muy sobresaliente, con una cicatriz justo en la parte del ombligo causada por una riña varios años atrás. Lo que más le atemorizaba eran sus manos, se habían vuelto muy gruesas y grandes, y temblaban constantemente como si una terrible enfermedad se avecinara.

Aquella imagen lo perturbó totalmente, un par de lagrimas se habían liberado demostrando así su rendición ante la vida, nada había cambiado, todo seguía igual desde que llegó al mundo. Desistió de tomarse el baño, y a cambio se tumbó en su cama a pensar en su historial, a recuperar por lo menos esos pequeños detalles que dieron significado a su vida y, dejándose llevar, el sueño se fue acercando como una Moira a punto de robarle su vida. No debía dormir ya que tenía que apresurarse para su trabajo nocturno, pero eso no le importó. Su desnudes atraía al frío y un leve temblor corporal se produjo. La atmósfera del día se había tornado púrpura, el silencio cubrió su habitación, y Damián se quedó dormido deseando con fervor jamás despertar.


Por : David Julián López R.

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