jueves, 29 de mayo de 2008

DESESPERADO Y ATURDIDO, DECIDIÓ DEJAR SU VIDA EN LAS MANOS DE LA MUERTE

- Estoy condenado a morir esta noche-. Dijo Mariano, después de exhalar el que creía era su último aliento.

Taciturno y con un rostro desgastado, después de recorrer por 49 años las calles de una ciudad gris, fría y melancólica, reflejo del desagradecimiento y la dejadez de sus habitantes. Sabía que debía salir para esperar su muerte, y lo hizo. Camino sin rumbo, esquivando las líneas que separaban las baldosas de los andenes. Miró su reloj negro viejo, sucio y rayado, que había sido el regalo de bodas de su mujer ya fallecida. Eran las apenas las 7:16; - ¡Cuánto tiempo más ha de faltarme para que llegue la muerte y pueda dejar de impacientarme por esa sorpresa maldita! -, gritó desesperado como si las calles estuvieran vacías y ni siquiera la brisa de la noche pudiera le hiciera eco a sus palabras. Ya llevaba una hora y algo más de camino, cuando dejó de sentir la brisa fría que rozaba sus mejillas. Escucho una vocecilla que le susurraba al oído.

-Falta poco o falta mucho, eso depende de sus ansías por vivir-. Era una voz dulce de mujer madura pero joven. Se dio vuelta y sorprendió un rostro lleno de vida, con ojos color avellana, piel de almendra, nariz pequeña como un botón, unos labios de un rosa pálido que suavemente sellaban su boca tras terminar la pronunciación de cada palabra y un pelo rojo fogoso que incrementaba su sensualidad en ese cuerpo delgado de estatura media, recubierto por una cobija de cuadros que la abrigaba en las noches heladas cuando el sol pelea con la luna y no la calienta con su manto resplandeciente. Había escuchado el grito de desespero minutos antes.
El solo mirarla le producía ternura, sus rasgos suaves y finos la hacían aún más intrigante de lo que creía era Alicia. Detalló cautelosamente cada uno de sus movimientos y la encontró sentada en una banca del Parque Central que quedaba a pocas cuadras de su casa y se percató de que ella no era solo una mujer la veía como un ángel, pero ya no le quedaba ni la más mínima esperanza de que existiera un ser capaz de salvarlo, - Mucho menos un ángel, creería en un duende pero jamás en un ángel- se dijo a si mismo disimulando su deslumbramiento por la belleza de Alicia.
- Disculpe señor ¿Le pasa algo?-. Pregunto el ángel desubicada por la reacción de Mariano.
- Es solo que me tomó por sorpresa su comentario tan ligero, pero a la vez tan acertado -.
- No lo comprendo, ¿A qué se refiere?-.
- Falta poco o falta mucho … porqué me dijo eso acaso el eco de mi grito fue tan grande como para que usted se halla tomado la molestia de decirlo a mi paso-. Lo dijo con una voz de desagrado y la frente fruncida al escuchar las respuestas de la mujer.
- A eso… estaba sacando conclusiones del texto que tengo en mano, es hermoso pero a la vez desolador. Es una literatura muy nueva, son poemas de un muchacho que también vive acá en el parque y me muestra esas cositas que de vez en cuando le salen del alma.

Se miraron fijamente durante unos segundos, cada uno mantenía en sus ojos la timidez, el desconcierto y la rabia que les producía escucharse el uno al otro.

- Ya la entiendo, no era para mí, de todas formas gracias por pronunciar esas palabras en el momento preciso.
- Quiere que lo escuche un rato tengo tiempo de sobra y en la banca aún hay espacio para otra persona.
- Preferiría que me acompañara a dar una vuelta, si esta usted de acuerdo.
- Como ya le había dicho me sobra el tiempo. Guíeme así la charla no tendrá que ser interrumpida. ¿Y usted cómo se llama?, si voy a caminar a su lado al menos tengo que saber su nombre.
- Mariano, y usted tiene cara de Alicia ¿Puedo llamarla por ese nombre?-.
- Si eso lo hace sentirse cómodo no tengo problema alguno, pero entonces no le diré cual es realmente mi nombre, hasta que termine su historia.

Caminaron hasta la salida del parque sin cruzar palabra alguna. Mariano sentía temor al decirle de primerazo que esa noche había salido para morir. No sabía como iba a ser su reacción al escuchar la noticia y prefirió anticiparse a la reacción portentosa que pudiera tener Alicia. Espero a que terminaran de cruzar la avenida para comenzar a contarle esa historia que tanto quería esconder, pero a la vez necesitaba gritarla, su muerte, la maldita muerte, el único y último remedio para su inevitable desgracia.

- ¿Aún le interesa escuchar mis lamentos mujer?
- Si sus lamentos se parecen a sus ojos, déjeme decirle que el precipicio no es en este sentido y vamos por el camino equivocado.
- Ya no importa a en que sentido sea, tan solo me importa caer de él.
- Un burgués solía ser en mi juventud. Proveniente de una familia de clase media alta sentía que lo único que me faltaba era una mujer. Debía casarme a los 24 años no antes ni después, para heredar la fortuna de mis padres, no tenía hermanos así que el único beneficiario era yo. Desde los 21 años me dí a la tarea de encontrar a la mujer que iba a ser mi esposa, no importaba si la quería o no, lo único que importaba era su belleza y postura social. Rosa Amalia, era el nombre de la mujer a quien adopte por esposa. Hermosa, pulcra, decente con un pelo castaño rizado, ojos color avellana, piel blanca y tersa color de almendra y unos labios de un rosa pálido que hacían de ella una mujer angelical. Nos casamos, pero nunca me pudo dar hijos, maldita cuanto la odie como no era capaz de darme un hijo. La mantuve a mi lado durante 36 años, 10 de ellos tratando cada miércoles en las noches y los fines de semana en la mañana de preñarla, pero nunca dio resultado, era inútil no estaba hecha para ser madre. Así pasó el tiempo pero a medida que pasaba decidí sumergirme en el alcohol, mi único compañero en las noches de amargura, rabia, impotencia, sueño, pereza. Tras 10 años de reclamos por la infertilidad de mi mujer, ya sin darme cuenta un trago, dos o más se habían convertido en mi ducha del día, me pasaba horas buscando y jugando con las putas que se me atravesaban por las calles del centro en donde estaba mi bar predilecto, escogido por su lejura y soledad que lo caracterizaba, perdiendo la noción del tiempo por completo duraba horas, días, semanas enteras sumergido en los bares y burdeles del centro, donde derrochaba mi dinero. Sin darme cuenta de un día para otro perdí mi empleo, pero eso no me hizo desistir de mis aventuras. Aún tenía dinero suficiente para seguir manteniendo a mi mujer y a mi vicio. En un año se vino todo abajo las deudas estaban por las nubes, la casa, los carros, los muebles todo lo embargaron y caímos en la quiebra. Cincuenta y ocho años y ya no tenía donde dormir, que comer, vestir y mucho menos, soñar. Tan solo me quedaba mi esposa, esa mujer fiel y leal que a pesar de todas mis picardías había estado a mi lado de manera incondicional cuidando mis borracheras limpiando las camisas bañadas en sangre por las peleas de la noche anterior o los besos desaforados de las mujeres fáciles que encontraba en las calles del centro. Cuando la vi con las maletas en la puerta llorando desconsolada por primera vez en mi vida, sentí algo más que una atracción física hacia ella (aunque ya años atrás había dejado a un lado, esos deseos sexuales por ella), sentí compasión ternura, dolor unos retorcijones de cosquillas en el estómago que me indicaban que lo que estaba sintiendo era amor.
- Así que logró verla como algo más que un objeto, difícil para un hombre como usted. ¿No es así?
- No me traté con ironías, pero ya que más da, ya no me sienta la vida y mucho menos las palabras de una aparecida.

Se alejo con pasos rápidos, caminando en el sentido opuesto al tráfico que iba de sur a norte. Pero desaceleró y miró por un segundo la reacción de Alicia, esperaba que hubiera tomado la misma actitud, pero se sorprendió al verla parada en el mismo punto donde habían dejado de caminar. Bajo la cabeza y con pasos largos y suaves se acercó a ella para pedirle perdón. Sin que el hubiera pronunciado una sola palabra de arrepentimiento, ella hizo un gesto con la cabeza de olvido al asunto ocurrido en muestra de la poca importancia que le daba.

- Siga, no tiene de que disculparse es natural que en un estado tan lamentable como en el que usted está, tenga esas reacciones. Siga quiero escuchar el desenlace.
- A eso era a lo que quería llegar, pero usted con su imprudencia, no me permitió seguir.

Alicia dirigió su mirada a los pocos autos que transitaban a esa hora por la vía, suspiró y lo miró a los ojos en señal de darle continuidad a la historia.
- El encontrarla ahí sentada sola y destrozada, aunque suene disparatado, me hizo amarla y decidí que debía hacer todo lo humanamente posible por hacerla feliz. Dejé el vicio a un lado para comenzar una vida con ella, pues lo que antes teníamos era compañía, sexo y casa en común, nada más. Caminamos hasta llegar a una habitación que alquilamos para vivir el tiempo que restaba en nuestras vidas, y a medida que los días pasaban y las semanas se alargaban, descubría en Alicia lo que en 36 años, jamás me permitió ver el alcohol. La persona más dulce y hermosa, el ser más perfecto que no parece obra de Dios estaba a mi lado, un ángel. Vivimos momentos maravillosos, aunque teníamos una habitación en la que apenas cabía un colchón y un neceser en donde guardábamos la ropa. Todo era viejo, húmedo, frío y desapacible. Pero no importaba nuestro amor estaba de por medio y aunque cada vez que nos bañábamos el lugar se estremecía por los gritos de placer que dábamos al hacer el amor, no sentíamos pena de ser unos viejos enamorados y vivos en todas las formas en que se pueda vivir el amor. Pero desgraciadamente ninguna dicha es completa. A Alicia le diagnosticaron a deshora un cáncer en el estómago con metástasis en los ovarios y debido a la quiebra que tuvimos, ya no quedaba dinero para ningún tratamiento, por lo que el único al que pudimos recurrir, fue a la medicina del amor, pero ya sin pasiones sexuales, estaba muy débil y enferma como para retomar esas actividades, se hizo mientras ella pudo. Salí una tarde a la farmacia de Jacinto Peña que desde que habíamos llegado al barrio nos había colaborado con una que otra cosa para el mercado y desde que Alicia se enfermó de vez en cuando con una que otra medicina. Cuando estábamos hablando y discutiendo sobre política, sentí que el piso se movía y de inmediato supe que algo andaba mal con mi ángel. Así que camine lo más rápido que pude hasta el hostal, pues ya mis piernas por la edad no daban para un trote. Abrí las puertas viejas de madera oscura carcomidas por el gorgojo, y la vi postrada en la cama con una mano extendida tratando de sostener un vaso con agua que no alcanzó a probar, pues la muerte le llegó primero. No pude ni llorar solo maldecirme una y otra vez por los errores del pasado, pues fue solo por mi culpa, que la muerte la sorprendió en la cama. Hace una semana que ella murió, mi ángel se fue, ya voló y mi soledad es más terrible que nunca, y ya mi vida sin ella, no es igual. Es por eso que esta noche he decidido morir. Esta decidido, no quedan rastros de esperanza en las palabras que adornan los sonidos que emite mi boca. Pero si me lo permite quisiera dirigirle a usted mis últimas palabras-.

- No encuentro problema alguno. Sin embargo si usted me lo permite antes de que comience su discurso, me gustaría decirle unas últimas palabras.
- Desde luego, diga usted.
- Esperaría que a medida que avanza en su discurso pudiera retractarse de su decisión, pues me parece que en esos momentos de vulnerabilidad es cuando realmente el alma en prosa se desborda, y llora tanto que las ganas por vivir no se agotan, todo lo contrario sale esa valentía que con alaridos da a entender que la persistencia es la mejor manera de vivir, y el no fallar en el intento, permite calmar la ansiedad de la muerte. Sacia la angustia y se torna la una tranquilidad inmensa.
- Son hermosas sus palabras, me llena de nostalgia y de dudas, pero ya no hay nada que hacer. Tan solo puedo limitarme a dirigirle unas cortas palabras que no quiero llevarlas a la tumba conmigo. Hace un par de horas la conozco, pero siento que la conozco de siempre, y ha estado en cada escenario de mi vida que no parece serle ajeno. Pero sobre todo eso, cuando me detengo a observarla su rostro despierta en mí una ternura infinita como si quisiera salvarme. Cosa que no es posible de ninguna manera. Usted no se alcanza a imaginar la ansiedad que siento al verme llorar en el espejo del baño y gritar por mi maldita vida, ignorando que las paredes son delgadas y que noche a noche mis vecinos se acercan a las paredes para escuchar la novela de mi vida. Gritando a los cuatro vientos que quiero morir, y deseo perderme en un soplo de velas que me atrapan para sentir mi alma como abandona mi cuerpo y se disuelve en el polvo que cubre ese viejo colchón que es el máximo adorno de mi habitación.
- No puedo pedirle que reconsidere esa decisión noto que es irreversible, solo espere a morir cuando yo ya me halla ido, porque sería terrible para mí ver la muerte del hombre que amo.

Subieron al puente del río y antes de lanzarse, volteó su mirada hacia Alicia y le preguntó:
- ¿Por qué dice usted que soy el hombre que ama?
- Recuerda cuando le dije que hasta que terminara de contarme su historia le diría mi nombre.
- Sí.
- Yo soy Alicia. Tu fiel esposa y ahora tu ángel.
- No digas sandeces, esa psicología no funciona conmigo, mi Alicia, mi ángel, mi esposa esta muerta. Y como la muerte no vino por mí, pues debo ir a buscarla.

Dicho esto se acercó a la baranda del puente y sin pensarlo dos veces se paró en el cuarto barrote donde no sostuvo el equilibrio y cayó como una piedra cuando se pierde en las ondas que otra vez se hacen en el agua.

Alicia desapareció sin dejar rastro, ni su sombra se vió, pues nunca corrió, solo voló.





Catalina Castro Castañeda

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