jueves, 29 de mayo de 2008

Pablito Florez: el rey sabanero

-Pablo le traje ajonjolí- le dice su primo hermano Manuel Escobar.

Con carácter autoritario, Pablo pide una cuchara de totumo, lo degusta y luego ordena que se lo aseguren en la alacena de madera, bajo llave.

En el mecedor de al lado está Marcelina Causil, su morena, una mujer que ha estado enamorada del “poeta del Sinú” por más de 70 años. Es casi imposible conocer el tono de su voz, permanece en silencio escuchando las ocurrencias de Pablo, sin derecho a refutar sus historias de amores que tuvieron como contexto las corralejas y su matrimonio; en ocasiones sonríe tímidamente.

“No me llame Señor que me pone muy viejo, ni maestro porque maestro sólo Dios, yo soy Pablito o para ti el primo hemáno

-Pero, a Escalona le gusta que lo llamen maestro-

“Escalona es un astancioso (presumido), ni siquiera buen compositor ha sido nunca, las canciones de Escalona las pescó donde la madrina, (hace una pausa y recalca) la vieja Sara. Murió Sara… se acabó Escalona”. Pero bueno, somos muy buenos amigos.

La casa de Pablo Flórez Camargo está ubicada en Ciénaga de Oro, un pueblo donde se instauró la primera parroquia de Córdoba y con ella la música española de procesión, donde a los ingenios azucareros de la hacienda Berástegui llegaron los cubanos con sus guitarras y boleros.

Pablo convirtió su casa en la finca que nunca tuvo y la llamó “la flojera” o “comiendo fiao”. En las paredes blancas acomodó sus trofeos de juventud, cabezas de toros, fotografías, una lámpara a gas y una estatuilla de la india Catalina. En el fondo ordenó que pintaran una leyenda en letra cursiva roja “la aventurera”, abajo un caballo negro ensillado y a un costado está Tirso, que según Pablo “lo pateó la yegua por yeguero”. Finalmente, el patio está cercado por estacas verdes, desgastadas por el tiempo y la vejez de Pablito. Aquella hacienda imaginaria toma vida con los sonidos de las gallinas y los pájaros que caminan desprevenidamente por el patio.

Los adornos de la sala son los trofeos, reconocimientos y fotos con sus amigos Gabriel García Márquez, Rafael Escalona y Luís Carlos Galán. Pablo Flórez, aquel hombre moreno y de fino humor, es el máximo exponente de la música de bombardino, clarinete y bombo del Sinú.

Pide su guitarra y la acomoda entre la barbilla y el hombro, sus primeras palabras salen como melodía cantándole un bolero a Gema. Su hija, se acerca y le pide que se vista el torso, pero Pablo afirma con humor que si el que murió en la cruz no tenía camisa él tampoco tiene por que ponérsela, “mira dime con convicción, ¡Póngase la camisa!”, la mujer acata y finalmente Pablito se viste de azul. Pide su sombrero vueltiao adornado con un listón rojo y la foto de una mujer en el interior

-¿quién esa?-

-OH Alcides ¿cómo es que se llama?- Su hijo le colabora –Papá, Adriana Mejía

- Ah sí-

Era una amiga que se fue a vivir en tierra alta y a la que él le compuso una pieza, luego vino a visitarlo con el marido “bien embarazada o azadaenbara”, juega Pablo.

Ansiosamente pide que le consigan la cajita amarilla, de donde saca varias uñas para rasgar las cuerdas de su guitarra. Luego, con malicia saca de su cajón un par de cachos de plástico unidos por un caucho y se los acomoda en la frente. Las risas de los presentes no se hacen esperar, “Esto no es grosería porque el toro es un animal sagrado internacionalmente”.

El primo hermano Manuel dice que esos cachos representan la traición de la aventurera, a quien le hizo una de las canciones que lo llevó a la fama. ¡Oiga y por qué no canta la aventurera!, le pregunta Manuel, y él responde con ojeriza que prefiere que la canten los muchachos “pa que les conozcan la voz”. Fueron muchas las canciones que le compuso a Ninfa Isabel, una mujer quebrada de cadera, que medía uno setenta, con nariz fileña, tatuaje en mano derecha y un gato en el cinturón.

Hablemos de porro

Pablo empieza a hablar decididamente, con acento sabanero, pero sin comerse las letras de las palabras: “El porro según mi poco conocimiento (dice modestamente) es un ritmo que hasta ahora estamos desconociendo su verdadero origen, dónde nació, cómo inició. Lo he tocado primero en Ciénaga de Oro que en San Pelayo ya que nosotros tuvimos un gran y legendario señor, José Fortunato “el negro” Sáenz, que hizo la primera banda de músicos donde fue integrante mi papá que llevaba por nombre el mismo nombre mío: Pablo Flórez Barrera”. “Él reunió a un poco de muchachos aquí que tenían vocación para la música”.

“El porro es un ritmo hecho para fandango y para carrera de caballos cosa que no admite se esté cantando porque el que va a torear pierde el animo”. “Sin bombo no hay porro”, Pablito explica que el porro fue pescado de la cumbia, con la que compartía muchos instrumentos. El bombo estaba recubierto de cuero de vientre de vaca, entonces los palos desgastaban el material, finalmente, se inventaron una cachiporra que era más suave al golpear y de ahí nace el género que debería llamarse porra, pero que haciendo alarde del machismo sabanero se bautiza porro.

El vallenato tiene plata en el banco y el sinuano machete y ruana. “Es que al músico sinuano, en los cuales entro yo, lo que nos alegraba era que nos dieran ron y estar enamorados. El vallenato es un tipo que se conserva más en esa forma, si le regalan una vaca no la vende, yo he vendido como cuatro vacas, no trato de duplicar, sino de minuir. El vallenato trata de superarse y tu encuentras un tipo de las mejores bandas como la de Laguneta, La doctrina o San Pelayo, que son unos fumadores de tabaco, unos bebedores de ron y nunca tratan de superarse”. Con franqueza puntualiza “Yo los mejores tiempos me los malgasté porque andaba detrás de las putas, me gustaban mucho esas mujeres porque la verdad… es que saben besar”.

Marcelina permanece inmóvil. En un momento de franqueza o como método de defensa hace cara de “eso es mentira”, su orgullo es saber que la vejez de Pablo lo inhabilitó para enamorar. Por su parte Pablo afirma burlonamente en defensa de su hombría “eso es lo que ella cree”.

El porro queda a un lado para hablar del amor. Toma la guitarra y canta la pieza que le compuso a Marcelina…Me paso la vida pensando muy triste en mi bella morena que nadie en el mundo me podrá quitar, yo miro sus ojos que me parten el alma, de lejos, de cerca, pero me prometen consagrado amor.

Marcelina tenía diez años. Todos los días a la hora del almuerzo su mamá Lola la enviaba a la casa de su tío Juan Cuasil, que era el tegua de Ciénaga de Oro y tenía mucha fama por sus atinadas recetas medicinales y sus curas con hierbas. Marcelina recogía los cocos para el arroz, que era infaltable en los almuerzos costeños de su casa. Pablo esperaba la hora para acomodarse en la puerta de la residencia de la niña, “me gustaba la pelá desde chiquita porque fue muy desgarbaita” él le decía “tu tienes que ser mía” y ella con inocencia hacía caso omiso a las palabras de Pablo “porque no entendía de esas cosas, pero yo la fui enseñando y acostumbrando a que me oyera”. Pablo presumía de su vasta experiencia en el amor cuando a penas tenía trece años, siempre fue muy romántico, enamoradizo y noviero, pero cometía “adefesios imperdonables”.

En aquella época no se enamoraba a través del teléfono, sino con las miradas y las palabras, el amor de Pablo y Marcelina fue natural. Pablo tomaba de los árboles de su casa ciruela y guayabas y las guardaba en una bolsita, ella se las recibía con una sonrisa de niña cuando pasaba de regreso a su casa; una sonrisa que según él prometía amor eterno. Luego Pablo aprendió a tocar la guitarra y cambió las frutas por canciones hechas a la forma bruta como él decía, pero “que querían decir amor”. Asegura que tuvo una novia que pudo querer como a Marce, pero que no perdono como ella sus aventuras.

La mirada de Pablo no es fija, cuando canta se emociona, sonríe y salen desparpajados upatajás y jupais. La memoria le juega malas pasadas y regaña a Alcides “Kiubo” o “Siempre que yo me quede tú estas pendiente y me sigues, es que tú te tardas mucho y si vas a empujar un carro que ya tiene la llanta afuera ya pa que”. Sabiamente puntualiza “el hombre que no varía en la vida, es un hombre al agua, ¿Oíste? y aquel músico que no tiene historia es un músico baladí”.

Oiga prima hermana la próxima que venga me avisa y le compongo su pieza,

-tome veinte mil pesos para que Alcides le compre lo que usted quiera ¿qué es lo que más le gusta?

Pablo responde – las mujeres ¿alcanzará para eso?

Por: Natalia Aldana

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